La mentira como mérito

Decía Umbral que casi todos los políticos mienten, algunos con cierta elegancia y la mayoría con todo descaro. El escritor no lo planteaba como un reproche moral, sino como la constatación de que la mentira no es una anomalía en la política sino su condición natural. Prometen lo que no van a cumplir, ocultan lo que incomoda, inventan lo que conviene. La política, en su versión más castiza, se parece cada vez más a una pieza teatral donde lo verdadero importa menos que la ficción.

 

En España, mentir no penaliza. Ni en las urnas, ni en los tribunales, ni en la calle. Se puede plagiar, falsear, exagerar o directamente inventar un currículo y seguir en el cargo como si nada. La impunidad ha generado una nueva casta de impostores con despacho, coche oficial, nómina suculenta y credenciales académicas falsas. Mienten en campaña con promesas irrealizables como dice Guy Durandin en ‘La mentira en la propaganda política y en la publicidad’, mienten en sus biografías y hasta en las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros.

 

No hay partido que esté libre. Pero es el bipartidismo clásico, que ahora libra una guerra de currículos, el que ha dado los ejemplos más escandalosos. Desde la tesis plagiada del   presidente del Gobierno hasta ministros, presidentes autonómicos, portavoces o diputados rasos con másteres fantasmas y títulos conseguidos en tiempo récord, sin clases ni exámenes. La mentira se ha institucionalizado como adorno y ya no se finge saber más, se finge tener titulaciones. El engaño académico es la nueva pátina de prestigio… y del mérito.

 

El último ejemplo es de la joven diputada del Partido Popular a la que se le descubrió que había ‘inventado’ su currículum con títulos que no tenía. Fue escandalosa su mentira, pero más sorprendente fue la inmediata dimisión de todos sus cargos. En un ecosistema político donde el cinismo cotiza más que la honestidad, su gesto parece casi revolucionario y pone el listón muy alto para los que han inflado o inventado una trayectoria académica, sean del partido que sean.

 

Dicho esto, es alarmante que algunos políticos mientan tan burdamente, pero es más preocupante su bajo nivel. Salvo honrosas excepciones, con titulación o sin ella, España tiene la clase política más mediocre de su historia reciente. No hay altura intelectual, hay eslóganes, barullo y mucha crispación aderezada con lenguaje tabernario.

 

En el fondo, la mentira no es más que el síntoma de la enfermedad de la mediocridad. Y en ese clima de indigencia intelectual y moral, resulta irónico que dimita una diputada por haber falseado su currículo, casi una falta menor, mientras otros, salpicados por casos de corrupción, tráfico de influencias o incompetencia descarada, siguen cómodamente instalados en sus puestos. La clave parece ser saber mentir bien o corromperse sin que te pillen.

 

 

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