Que la mayor parte de la gente ha sufrido lo indecible durante esta pandemia que nos ha azotado y que, poco a poco, parece que nos abandona; no es un secreto para nadie. De pronto, la vida se volvió tuerta y nos mostró en cueros nuestra absoluta fragilidad, arrasando de golpe muchos de nuestros proyectos, ilusiones, planes, negocios, vidas y salud mental.
Las secuelas más notables de dicha devastación están estrechamente ligadas a la tristeza producida por la desaparición masiva de seres conocidos o queridos, así como a la depresión que para muchos ha traído consigo el vivir durante año y medio en un insoportable estado de soledad e incertidumbre. En general, los ánimos de todos han quedado “tocados del ala” y, como siempre suele suceder cuando se trata de repartos ligados a la salud, a cada cual le toca lidiar con plazos, gravedades e intensidades diferentes en base a su predisposición genética.
Es importante que cada individuo se dé el tiempo necesario para confiar de nuevo y para volver a ser lo más parecido posible a quien fue. No hay que forzar. La batalla que libró o sigue librando cada ser, es personal e intransferible, pero es que además, también lo son sus capacidades para afrontar según qué cosas. Y es que, pese a quien pese, no existen dos individuos exactos al cien por cien.
En cualquier caso, es recomendable mirar siempre hacia delante y –sobre todo–, no dejarse llevar por la rabia ni por el resquemor; algo que sin duda no contribuiría en absoluto a hacer avanzar el engranaje de esta máquina llamada mundo en la que, para bien o para mal, estamos obligados a vivir.
Buda solía repetir que aferrarse a la ira era algo similar a agarrar un carbón ardiente con la intención de tirárselo a otra persona, para acabar quemándose uno mismo. Y es que el odiar, culpar o detestar, solamente empequeñece al ser humano haciéndolo cada vez más amargado, vengativo e infeliz.
Si algún fin tiene esta vida que conocemos, ese no es otro que la búsqueda de la felicidad. Unos la persiguen acertadamente, otros de forma desacertada y, por supuesto, también hay quien en líneas generales la encuentra y quien jamás lo logra; probablemente en este último caso por un problema de base o por tener unas expectativas demasiado altas, frustrantes o dependientes de otros. Y es que ya se sabe que bajo ningún concepto se deben poner las habas de la felicidad en el caldo de otro.
Debemos intentar ser felices en nosotros mismos, conociéndonos, aceptándonos y aprendiendo de la vida y de aquellos que por algún motivo son capaces de enriquecernos como individuos. Es preciso no guardar rencor ni a la vida ni a las personas. Es necesario ser capaces de entender que la lacra de la pandemia no se ha “inventado” para fastidiar a uno mismo, sino que de alguna manera, nos ha hecho daño a todos, así que tratemos de ayudar a salir del pozo a aquellos que más la han sufrido y procuremos ver a los demás como compañeros de fatigas-
De algún extraño modo, el terrible periodo vivido –sin precedentes en la era moderna–, debe servirnos para ver a nuestros semejantes con otros ojos. Contemporáneos que por alguna razón hemos tenido que compartir una experiencia terrible, pero que nos hermana y nos convierte en una especie de aliados de un mismos bando, por lo que estamos obligados a ayudarnos sin juzgarnos y, sobre todo, a hacerlo sin mirar atrás.