Etiología de la verdad

La verdad es un íntimo desgarro en el ser intelectual de cualquier individuo y lo es, porque nada lejos de él es verdad con la suficiente fuerza y utilidad como para consolar esa psiquis asediada por la razón y la imaginación. Una le diseña los márgenes, acotando así y en sí ese pensamiento para un fin que ha de ser necesariamente expresado. La imaginación, por contra, busca desbordarlo para hacer un mar de ese ser fluvial que es, ceñido a los rigurosos cursos de la razón. 


Pero no es esa la razón última y verdadera del drama que, para el hombre, supone someterse a los criterios de la verdad, sino el tener que conciliarla, necesariamente, con los demás; para compartir ese ser concebido en lo más claustrofóbico de su ser con los inmensos espacios a que la expone. Tener, primero, que verbalizarla y, una vez hecho ese esfuerzo que, lógicamente, la desvirtúa, hacerla virtuosa en el seno de la sociedad, proceso que pone fin al carácter de dogma que tuvo en origen y con él a toda esperanza de nobleza y autenticidad que pudiera contener. 


La verdad es un proceso endógeno en el que participan todos esos etéreos elementos que conmueven el ser y, como tal, es personal e intransferible. Una vez que se incumple ese postulado, deja de ser verdad y pasa a ser una revelación social. Sin embargo, hay entre los pensantes quienes se afanan en sostenerla en todo su esplendor al margen de ser expuesta y compuesta como cualquier mentira más.

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