Buenas o malas personas

Y no hay más. En los tiempos del ocaso de las ideologías toca medir y valorar a los políticos por su calidad humana, como buenas o malas personas, todo lo demás ya no vale para nada. Hubo un tiempo en nuestra democracia que personas con prestigio ganado antes de su entrada en la política que se sumaban para hacer de España un país mejor, una democracia más sana e intentar emular a los constitucionalistas de las Cortes de Cádiz cuando, en la ‘Pepa’, incluyeron su intención de “hacer feliz al pueblo”. 


Pero esa clase política se evaporó, dejando paso a una nueva generación de jóvenes que buscaron en la política el enriquecimiento rápido y el ascenso social sin aportar ninguna experiencia profesional que les otorgara prestigio alguno, sencillamente eran amiguetes de los jefes del partido o bien se tiraban horas y horas en las sedes de los partidos a la espera de ser incluidos en alguna lista que les facilitara sueldo y estatus, sin más. 


Llegan al extremo de falsear títulos universitarios parta fingir una formación que no tienen pero que les sirve para que mandos de su partido los valoren de otra manera, una idiotez cósmica y fácilmente detectable como ya sabemos. 


La social democracia ha sido sustituida en España por la “secta sanchista” y a la extrema izquierda le va bien porque tienen un colaborador insuperable en Sánchez, quien está dispuesto a ceder en todo con tal de amarrarse al palacio de la Moncloa a cualquier precio. Los separatistas catalanes están felices también porque, poco a poco, se van acercando a la independencia que es su último objetivo. Policía propia, hacienda propia, imposición de su lengua, embajadas en el extranjero y todo encaminado a romper España, Sánchez les ayuda y les aplaude. 


Por la derecha, algunos listos sin principios definidos se dejan enamorar por socialistas económicamente ambiciosos para llenar sus bolsillos, ahí está esa sociedad de Pepe Blanco con Alonso, ex alto cargo popular, que son ejemplo de que la pasta une mucho y muy por encima de las ideologías o González Pons, que mima a su hijo bien colocado pasando el brazo por el lomo a lobbies desde su escaño europeo. Hay más ejemplos, pero me quedaré aquí. Así las cosas, uno recuerda a Julio Anguita, un comunista poco sospechoso de formar parte de la “fachosfera” cuando, en un acto público, afirmó que “era mejor votar a uno de derechas honrado que a un izquierdista corrupto” y esto me recuerda a Fraga Iribarne cuando dijo que “la política hace extraños compañeros de cama” porque yo, que de comunista no tengo nada, comparto la afirmación de Anguita sin quitarle ni una coma. 


Por todo esto y a estas alturas de mi vida, ya solo valoro a las personas como buenas o malas, por encima de las siglas que defiendan. Una mala persona hará el mal esté donde esté y una buena persona se conducirá por el camino recto sea de derechas o de izquierdas. 


Mucha gente piensa que todos son iguales y, hoy por hoy, no resulta fácil contradecirles, reconoceré que conozco excepciones, pero la generalidad les da la razón. Un tipo como Oscar Puente que llega a ministro de la mano de Sánchez y que se permite bromear con los incendios que queman España, es una mala persona, un mal ejemplo, un bombero pirómano más entregado a lo segundo que a lo primero. O la clase política se transforma y vuelve a mirar a la sociedad para integrar a buenas personas o, señores y señoras, tendremos lo que tenemos o peor.

Buenas o malas personas

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