Recuerdo a Pedro Rodríguez, ya fallecido, que repetía con insistencia que en España “pasa todo, pero pasa tarde”. Si Pedro pudiera vivir estos tiempos tendría que adaptar este aserto porque hoy por hoy, en España, pase lo que pase, no pasa nada. La ciudadanía se aleja de la política y de los políticos y estos, para mi sorpresa, se muestran apesadumbrados por este distanciamiento del cuerpo social. ¿Pero de qué se extrañan? Son ellos, sus formas, sus actitudes, sus decisiones erráticas, su desprecio a los ciudadanos, a los que toman como siervos, los únicos responsables del hartazgo de una sociedad civil que, a pesar de todo, mantiene una paz social y una calidad ciudadana a veces difícil de comprender. La democracia española no da oportunidades de participación a la ciudadanía, todo se limita a votar cada cuatro años y, a partir de ahí, los que ocupan los gobiernos hacen y deshacen a su antojo, justifican lo injustificable y cambian el rumbo sin explicación alguna incluso renegando de sus compromisos previos que, en forma de programas electorales, engañan a la población sin rubor alguno.
No tenemos ninguna herramienta que nos permita sancionar el incumplimiento de la palabra dada y el juego se limita a un ejercicio del gobierno y a una respuesta de la oposición que, pocas veces, es capaz de asumir la corriente de opinión que está instalada en la conciencia colectiva. Decía hace algún tiempo un dirigente popular que “les faltaba piel” para acercarse a las sensaciones de los ciudadanos. Así las cosas, todo se limita a un gobierno que dice hacer todo bien y a una oposición que dice todo lo contrario. El parlamento se ha convertido en un “toma y daca” para entretenimiento de sus señorías pero que avergüenza a la mayoría de españoles que esperamos otra cosa. Esta semana Feijóo anunciaba la convocatoria de un congreso del Partido Popular para el mes de Julio. El sabrá, pero créanme si les digo que, en ninguna conversación, en ningún bar, en ninguna reunión de todas las que he podido participar he escuchado una demanda en tal sentido. Con la que está cayendo, muchos esperábamos que el mayor partido de España presentara una moción de censura a Sánchez y aprovechar la ocasión para presentar un proyecto alternativo que ilusionara a los ciudadanos que necesitamos ver una luz al final del túnel y no lo conseguimos.
Algunos amigos me dicen que no se presenta esa moción porque “no dan los números”, esta conclusión es una de las razones que alejan a los ciudadanos de la política. Censurar al gobierno de Sánchez es una necesidad nacional, más allá del resultado de la moción. Así lo entendió Felipe González en los ochenta quien, sabiendo que no ganaría la moción, la presentó y puso a aquel gobierno ante el espejo. Seis meses después, ganó las elecciones por mayoría absoluta. Su moción no triunfó en el parlamento, pero fue un éxito entre el cuerpo electoral. La clave es entender si hay razones para censurar al gobierno de Sánchez o no y ya les digo yo que sí. Para hacer una enumeración de razones necesitaría todas las páginas de este periódico, de las que no dispongo. No sé si el congreso convocado resolverá algún problema orgánico del Partido Popular o promoverá algunos cambios de caras, no lo sé, lo que afirmo es que no es una aportación para elevar la moral de un pueblo que sufre un mal gobierno hipotecado por los chantajes de los herederos de ETA y por los separatistas que quieren romper España y que, a trocitos, lo están consiguiendo. La sociedad civil intenta moverse y así se demostró en Colón la pasada semana, también con esa moción de censura ciudadana que promueve Albert Castillón en Change.org y que recoge firmas sin contar con el apoyo de ningún partido, ya supera las 45.000. Lo cierto es que, ante la falta de empatía de las organizaciones políticas con la ciudadanía, esta se defiende como puede. No es suficiente, la oposición debe corregir su rumbo para acercarse al pensamiento real de la sociedad civil.