En nuestra querida “terra galega”, siempre habitada por bruxas e meigas, que nos ha visto nacer y crecer entre verdes y húmedos paisajes, nos podemos encontrar con un cúmulo de oscuros y tenebrosos relatos, que otrora en la memoria de nuestros antepasados corrían de boca en boca iluminados por el brillo de una lumbre. La Santa Compaña, la reina loba, el Urco, historias aderezadas también con cuentos de terribles naufragios, en las siempre bellas pero rocosas y peligrosas costas de nuestra misteriosa Galicia. Parafraseando la famosa canción de Ted Nugget, adentrémonos en la tierra de los mil naufragios.
Bajo la excepcional panorámica que se puede divisar desde Camariñas, al borde del faro de cabo Vilán, el aroma marino nos trae evocaciones de los múltiples buques que se arriesgaron a navegar por esta zona y se toparon con la mala fortuna de acabar engullidos por el océano, bajo los dominios de Poseidón.
Nadie se resiste a sentir pavor frente a un mar reciamente embravecido (si no sabes rezar, navega en medio de una tormenta y aprenderás…), es la inconmensurable fortaleza de la naturaleza en estado puro, un festival de espuma blanca rodeado de un azul cobalto teñido de verde esmeralda. Los más intrépidos y osados nautas dicen que el mar es bravo como un caballero, pero dulce como una dama; si te envuelve, te arrastra y te dejas llevar por él o ella (con acepción ambivalente femenina o masculina) bajo los cantos de las mágicas sirenas, nunca más volverás a ver tu hogar. El océano necesita víctimas y en eso no tiene piedad.
Historias de naufragios:
Diversos estudiosos y analistas nos conducen a una cifra aproximada de 1.379 naufragios, con 634 de ellos sucedidos en la llamada Costa da Morte, bajo un número de víctimas contabilizadas de 5.984, entre las tripulaciones de los buques siniestrados. El bautismo de la zona como Costa da Morte se le atribuye a la escritora coruñesa Emilia Pardo Bazan, que hizo suya esta denominación en un artículo redactado para un semanario catalán que rezaba “Existe en mi tierra una costa brava que recibe en el lenguaje popular el nombre de Costa de la Muerte”.
Entre la multitud de curiosos casos que rodean el mundo de los naufragios, hagamos mención al buque francés “Nil” que en 1927 y con rumbo hacia Gambia, embarrancó frente a la playa de Arou (Camariñas) cargado de botes de leche condensada. El pillaje hizo de las suyas llevándose la carga y creyendo que eran botes de pintura, la emplearon en embellecer las paredes de sus casas, pero el efecto fue totalmente opuesto, creando en el lugar una inmensa plaga de insectos. Aparte de los botes, las bodegas también cargaban champagne francés del que los pillastres se encargaron de dar buena cuenta. Una botella todavía permanece en un bar en A Coruña, rescatada del mar por unos pescadores.
Otros son más trágicos, como lo sucedido al buque británico “HMS Serpent”, de 1770 toneladas de desplazamiento, que en el año 1890 se encontraba en navegación rumbo a Sierra Leona con 175 tripulantes a bordo, topándose con una enorme tormenta frente al lugar de Camariñas conocido como A Punta do Boi. En la fatídica noche del 10 de noviembre, el navío embarrancaba en los bajos de dicha punta.
Ante la magnitud de la tormenta, el capitán ordenó utilizar los lanzacabos, rompiéndose estos como si fueran de papel. El agua barría prácticamente toda la cubierta impidiendo el correcto arriado de los botes salvavidas. Desde ese día hasta la Navidad, el mar fue llevando hacia la costa los cuerpos inertes de 172 marinos, quedando solo tres supervivientes que pudieron llegar a nado hasta la playa de O Trece.
Los cuerpos de los 172 fallecidos fueron depositados en el conocido como “cementerio de los ingleses” construido a instancias del párroco de la localidad de Xaviña, para que los cadáveres tuvieran un honroso final pudiendo descansar en paz.
La Marina británica, después del naufragio, realizó anualmente un homenaje a las víctimas, arrojando un ramo de flores en el lugar del embarrancamiento y disparando las salvas de ordenanza correspondientes. La visita al cementerio de los ingleses forma parte de la ruta del itinerario cultural europeo.
Un naufragio a tener en cuenta es el sucedido al buque “Cardenal Cisneros”, con un desplazamiento de 7.530 toneladas y 106 metros de eslora, que fue el primero en la historia de la Armada española en ser pintado en color gris naval. En ruta hacia Ferrol colisionó con un bajo no cartografiado en el lugar de Meixidos, dejándole una hendidura en el casco de 50 metros de longitud, que provocó la inundación de la cámara de calderas y el rápido hundimiento del buque por su parte de proa.
Afortunadamente no hubo víctimas, pero sí un gran impacto mediático al ser un navío de reciente construcción (tres años de antigüedad). Por el trato recibido a la tripulación rescatada, el rey Alfonso XIII le concedió a la villa de Muros el título de “muy humanitaria”, leyenda que todavía pervive en el escudo oficial de la villa.
Pero la corta vida de este buque también dio lugar a varias curiosas anécdotas. El comandante casi se hunde con el “Cardenal Cisneros” cuando ya no había nadie a bordo, se aferró al puente y tres tripulantes tuvieron que sacarlo por la fuerza. El capellán del barco tiró por la borda un altar de la Virgen del Carmen con objeto de salvarlo. Permaneció flotando hasta que desapareció, tragado por el remolino generado por el hundimiento. Tampoco fueron afortunadas las 30.000 pesetas en plata más todos los billetes que había en la caja fuerte, porque en las prisas de la evacuación se perdió la llave de la misma.