Hay veces que una bocanada de aire fresco se apodera de esta servidora. Algo así como un oasis en medio del desierto o un día de sol después de varios de tormenta.
Desde muy pequeña he desarrollado la capacidad de ver a las personas que se esconden más allá de las cosas y la de percibir las acciones humanas como la revelación del interior de las entretelas de aquellos que las llevan a cabo.
La desesperación de un pueblo por llegar a una tierra prometida-también llamada aeropuerto-, ocupa mi día a día desde que la capital de Afganistán ha sido conquistada por los talibanes. El intento por escapar, no solamente de un sistema de vida demasiado oscuro para una gran mayoría, sino también de unas represalias que a buen seguro llegarán para todos aquellos que han estado colaborando con España y otros países occidentales; se ha convertido en el centro de mis pensamientos.
Familias enteras se arremolinan en las pistas de aterrizaje buscando una salida, mientras varias embajadas se han instalado de forma provisional en el aeródromo, para tratar de ayudar a salir del país a los extranjeros y a sus colaboradores.
Mientras el ejército americano intenta garantizar este derecho, los talibanes prometen con una mano que lo facilitarán y, con la otra, interceptan-metralletas en mano- a todo aquel que osa llegar a los aledaños de dicho recinto.
Kabul se ha convertido en un polvorín en el que nada vale nada y en el que la única prioridad que existe es la de intentar ponerse a salvo de unas alimañas disfrazadas de personas que, no solamente atentarán contra el mundo occidental, sino que someterán a sus mujeres y niñas a un infierno en vida.
Y en medio de la confusión y del terror en estado puro, surgen seres como Gabriel Ferrán, el embajador de España en la capital Afgana. Individuos diferentes en el mundo del sálvese quien pueda. Humanos con todas las letras que, gozando de todos los privilegios para poder abandonar cuanto antes el polvorín, prefieren no hacerlo.
La razón que mueve a este señor que hace honor a la palabra, no es otra que la de permanecer allí para ayudar a salir a todos aquellos que así lo requieran. Porque sabe que el capitán debe ser el último en abandonar el barco. Y esta metáfora convertida en lección de vida, podemos extrapolarla-en un intento por hacer un mundo mejor-, a todas las facetas de la existencia que conocemos.
Va por ti, Gabriel. Por ser persona en tierra de nadie. Por intentar poner orden donde solamente hay desorden. Por ayudar sin esperar. Por hacer aún más grande tu título de excelentísimo. Por no buscar más gloria que la satisfacción de salvar vidas. Por poner por delante el ser que el tener y, sobre todo, por ser una buena persona.
Al margen de ideologías políticas, existe una calidad humana que es intrínseca y diferente para cada individuo-milite en el partido que milite- y que nos sirve a los demás para aprender. Aprender que siempre estamos aprendiendo y que no hay mejor escuela que la que nos muestran los seres humanos que, por algún extraño motivo, ponen a los demás por delante de sí mismos.