Hay un dicho que reza que quién hoy te compra con su adulación, mañana te venderá con su traición.
De los aduladores se han escrito muchas cosas. Algunos cubanos cuentan que una vez Fulgencio Batista le preguntó la hora a un escolta y éste le respondió, “¡la que usted quiera mi general!”. Fuera cierto o no el servilismo puede llegar a situaciones verdaderamente surrealistas.
En todo caso, lo de adular es tan viejo como la humanidad. Bien es cierto que no es lo mismo sentir una admiración sincera y espontánea por otra persona que crear una falsa y calculada para beneficio propio, ni tampoco se comportan lo mismo los aduladores posmodernos que los de hace un siglo.
El adulador de hoy es un personaje mucho más cínico, tartufo y siniestro. Para empezar, lo primero que hace es “estudiar” la psicología del otro para formarse una idea de sus fortalezas y debilidades. Una vez que lo “diagnostica” comienza a poner en práctica su habilidad verbal, consistente en decirle al otro las palabras que desea escuchar y que lo harán sentir el rey del mambo.
Se dice que en todo adulador hay un narcisista. Es cierto que existen algunas coincidencias como el cinismo, el oportunismo y la deslealtad. Pero eso no significa que lo sea. Porque si retorcemos mucho este concepto llegaríamos a la conclusión de que todo el mundo lo es. Más que nada, el adulador es una especie de sobreviviente indecente capaz de salir airoso de cualquier fregado o adversidad.
El primer escalón de un adulador es obtener provecho del otro. Aunque no siempre ese provecho es económico. Porque los hay que son “sinceros” cuando están halagando al otro, pues están simplemente reflejando sus deseos reales, es decir, lo que ellos le hubiera gustado ser. Pero salvo esas excepciones lo normal es que no sientan ni el más mínimo atisbo de admiración por el otro, sino más bien un cortés desprecio.
Es innegable que el adulador posee cierto talento para fingir o teatralizar situaciones, bien mirado le está tomando el pelo al otro. Si es asesor de algún político se las arreglará para sacarle partido a esa relación, sobre todo cuando está al servicio de algún mediocre. De ésos que necesitan que alguien les diga cada mañana lo “imprescindibles” que son para la sociedad o el país.
Es obvio que el adulador es una persona egoísta, camaleónica, egocéntrica, aunque con la autoestima baja. Cambia de opinión según sople la dirección del viento, por lo tanto, sus relaciones con el otro las mantendrá siempre que corra el agua para su molino, de lo contrario cambiará de “patrocinador”.
El adulador tiene la astucia del zorro, por lo tanto, mantendrá abierta una salida de emergencia por si tiene que salir por pies. Además guarda siempre una agenda secreta donde están sus prioridades.
Prioridades que, por otro lado, disfrazará con gran esmero y sutileza para que el otro nunca las note.
El adulador desconoce por completo lo que es la lealtad. Lo que significa que tanto puede defender al otro como prepararle una trampa que destruya su imagen y reputación, en el caso de que sea alguien famoso.
Si el otro es un político y cae en desgracia, enseguida empezará a poner tierra de por medio, cruzando la línea roja si lo considera necesario para ofrecer sus “servicios” al adversario.
Lo cierto es que el adulador al carecer de principios no se enfrenta ningún problema de conciencia. Para el adulador lo primero es lo primero. Y lo primero es su beneficio personal que siempre estará por encima de cualquier consideración moral, por eso hará lo indecible para acercarse a las personas con poder; incluso aunque ese poder no sea significativo.
El adulador es un manipulador nato. Su afán de conspirador o maniobrero opera tanto en su vida laboral como en la amistad, incluso en sus relaciones amorosas. Lo que significa que para el adulador no existen fronteras, ni siquiera diferencias. Lo suyo es obtener beneficios como sea y a cuenta de quién sea; en eso nada lo detiene.
Es por eso que el adulador no es una persona que inspire demasiada confianza, pues nunca se sabe cómo piensa ni lo que está tramando. Su vida es una sucesión de fingimientos, intrigas, mentiras y enredos.