España ha soportado tres mortíferas olas de coronavirus. Y, en todas ellas, sin excepción, el Gobierno ha fallado en su respuesta. En la primera, el Ejecutivo de Pedro Sánchez llegó muy tarde. Cuando Italia estaba ya confinando a sus ciudadanos, aquí, en España, insistían una y otra vez en que esto iba a ser poco más que una gripe, tal vez un poco fuerte, y así, vimos como los tanatorios colapsaban al mismo ritmo que las UCI. Tras la segunda, un Sánchez mal aconsejado y extremadamente eufórico, compareció en televisión, ante todos los españoles, y nos aseguró, ufano él, que habíamos conseguido vencer al virus. Tal vez por eso, en la tercera, optó por desaparecer, se garantizó un estado de alarma sin comparecencia y responsabilizó a las comunidades de la gestión de la pandemia sin haberle dado las armas jurídicas necesarias para poder hacerlo con garantías. Esperemos que no haya una cuarta. Cuesta imaginar que haría en ese caso Sánchez.