“No íbamos preocupadas. Íbamos con cierta alegría porque sabíamos que ‘se caía’, que era una realidad. Nos dábamos ánimos y decíamos aquello de ‘esto se cae’. Lo sentíamos realmente”. Fina Varela y Sari Alabau no solo siguen vivas para contarlo, que no es poco, sino que continúan en las calles, en las manifestaciones, en la lucha por la causa humana, democrática.
Junto a Manuela Balbina Valcárcel Luaces, Mela “la Carbonera”, conformaron el trío de mujeres encausadas en el proceso de los 23 que se celebró el 1, 2 y 3 de julio de 1975 en la sede madrileña del Tribunal de Orden Público (TOP), hace 50 años. No obstante, los destinos de las tres ya se habían cruzado antes, en 1972, cuando coincidieron en prisión y forjaron una gran amistad.
Afloran los recuerdos en torno a la que ya no está, “una persona buenísima, buena de corazón” que nació en el seno de una familia humilde y desde pequeña trabajó con su madre “repartiendo el carbón por las casas pudientes para las estufas”. Después, tuvo un puesto de pescado en el mercado de Recimil y su marido trabajaba en Bazán.
“De hecho, fue ella la que cerró el barrio. La mayoría de los placeros ya lo habían hecho al saber que había muertos y heridos a pocos metros; pero dos o tres se negaban y ella les tiró todo el género de un manotazo y les dijo: ‘Cerráis porque sí’. Intervino y les explicó que no podían estar ajenos a lo que estaba pasando”, recuerdan Sari y Fina.
Pocos se podían imaginar que una mujer como Mela, a la que hoy calificaríamos de “empoderada”, y con una gran conciencia de clase, fuese analfabeta: “Le enseñamos en la cárcel. A ella y a otras presas comunes”, rememoran las camaradas, sacando a colación un anecdotario del que también se hizo eco la prensa que cubrió el juicio y se quedó entusiasmada con la figura de “la Carbonera”, que llegó a decir en las páginas de El Ideal Gallego que sus vecinos la tenían como a “Agustina de Aragón, pero yo no puedo ser ella porque no sé ni leer ni escribir; apenas puedo deletrear algo porque me lo enseñaron en Torremolinos —por no decir la cárcel, que queda feo— cuando estuve por no pagar una multa de 200.000 pesetas que me pusieron en aquellos días”.
En su libro “Voces da memoria con ollos de muller” (Concello de Ferrol, 2019), la investigadora Ánxela Loureiro Fernández —hija de José, uno de los procesados— completa un maravilloso trabajo que logró que se hiciera justicia con el papel de las mujeres en aquellos años de clandestinidad y lucha por la democracia en Ferrol, descubriendo no solo el valor de Fina, Sari o Mela, sino también el de muchos otros nombres que la historia —escrita en masculino— tenía enterrados.
En el capítulo sobre el juicio, Loureiro describe la salida de autobuses el 28 de junio desde O Inferniño con destino Madrid en los que iban los encausados, sus familiares (niños incluidos) y gente solidaria a dar apoyo. Cita los relatos de mujeres que recuerdan cómo les paraba la Policía en el camino con unas temperaturas altísimas o cómo les acogieron los camaradas organizados para abrirles las puertas de sus casas en la capital.
“Pensábamos que no íbamos a volver a la cárcel, pero también lo pensaron los hombres, que entraron igualmente por multa y sus tres meses se volvieron cuatro años”, expresa Fina, al tiempo que Sari analiza que “creo que el hecho de ser jóvenes nos hacía más optimistas; no obstante, sabíamos que había mucha gente movilizada contra Franco y observadores internacionales en el juicio. Fue un altavoz enorme y Ferrol se puso en el mapa. Y, claro, esta era la cuna del dictador, así que para el régimen fue un golpe duro”.
El suyo fue uno de los últimos procesos del TOP y todavía se emocionan al recordar “que tuvimos muchísimo apoyo”, sin olvidarse de que fueron muchas las familias descabezadas, con hombres en la cárcel, que se repartían las donaciones solidarias que estaban centralizadas en Cáritas y en las parroquias de los recordados como “curas rojos”. Tampoco olvidan —¿cómo hacerlo?— que una de las grandes heridas de aquellos años fue la muerte del primogénito de Fina y Amor, que no logró ablandar el corazón del engranaje franquista ni para que su padre le diese el último adiós.
Con todo, coinciden al decir que “lo volvería a hacer, no me arrepiento”. Por ello, se sienten tristes al ver la desmovilización actual, sobre todo de los jóvenes en cuestiones “de humanidad” como el genocidio de Gaza: “Que piensen en la gente. ¿A ellos les gustaría vivir eso? Pues hay que rebelarse de una puñetera vez”.