No hay mejor punto y final para un ciclo bélico que La chaqueta metálica. Aunque no es la mejor cinta del género, ni tampoco la mejor cinta sobre Vietnam, sí es el retrato cinematográfico de la experiencia de guerra definitivo. No se puede decir sobre el horror nada más que las palabras que cierran la película: “Vivo en un mundo de mierda, sí. Pero estoy vivo. Y no tengo miedo”. Kubrick sabía perfectamente que la gran película sobre Vietnam era Apocalypse Now. Una vez Coppola elevó del cieno, como hizo con el cine de gánsteres en El Padrino, la experiencia de Vietnam y la transformó en una de las obras de arte clave del S.XX, capturando además el alma del conflicto en toda su hondura, explicar qué fue Vietnam no podía ser ya epicentro de una película bélica seria. Menos aún de una película de Kubrick. El cineasta neoyorkino optó por retratar otro aspecto de la guerra, valiéndose de Vietnam como se podía haber valido del Afganistán ruso o de las actuales guerras de Oriente Medio. La deshumanización del soldado, la pérdida de todo sentimiento que no sea destructivo y el detallar cómo se produce esta pérdida centró las ambiciones artísticas de este excepcional realizador. La chaqueta metálica se explica en su primera secuencia, metáfora de todo lo que veremos a continuación: Reclutas afeitándose la cabeza. Mejor aún, siendo afeitados, despojados de su identidad. De melenas, rastas, rizos o cabellos lacios, es indiferente; todos ellos, tras el paso de la maquinilla, son ya uno. Un nuevo ser que ha, como reza el casco del protagonista, “Nacido para matar”. Kubrick divide en dos películas La chaqueta metálica para describir el mismo efecto. En la primera, bajo el implacable entrenamiento del sargento Hartman, un recluta torpe acabará viendo completamente destruida su psique. En la segunda, nos enfrentamos al silencio de la guerra, un marchar por escenarios urbanos arrasados (la jungla es de Coppola) sin que se escuchen nada más que las botas sobre los escombros entre las súbitas explosiones de violencia; la guerra es una experiencia de silencio, un esperar al Godot de la guadaña tan letal como absurdo. Y lo peor, al menos así lo cree Kubrick, es que es posible seguir viviendo en “un mundo de mierda”. Es posible incluso alegrarse de hacerlo.