Durante décadas, el autismo ha sido descrito como un espectro amplio y heterogéneo. Sin embargo, nuevas investigaciones están desafiando esta visión unificada, proponiendo que el autismo no es una sola condición con múltiples manifestaciones, sino un conjunto de subtipos biológicamente diferenciados, con trayectorias clínicas, causas genéticas y necesidades de apoyo diferenciadas.
Esta perspectiva emergente tiene profundas implicaciones para el diagnóstico, el tratamiento y la comprensión social del trastorno, y abre el camino hacia una medicina personalizada que atienda mejor las necesidades únicas de cada individuo y su entorno.
Dos avances científicos recientes están ayudando a trazar este nuevo mapa del espectro. Esta transformación se refleja en un análisis de más de 5.000 casos que distingue cuatro subtipos clínicos del autismo y una librería celular única que permite estudiar sus bases moleculares.
El primer avance, explicado en una investigación publicada en Nature Genetics, se basa en el análisis de 5.392 niños diagnosticados dentro del estudio SPARK (Simons Foundation Powering Autism Research for Knowledge — Fundación Simons impulsando la investigación del autismo para el conocimiento).
Los investigadores emplearon un modelo informático personalizado que integró más de 230 variables fenotípicas (rasgos clínicos, del desarrollo, sociales y emocionales) por individuo.
Este análisis generó una clasificación en cuatro subtipos consistentes y replicables en diferentes poblaciones.
Cada grupo tiene no solo un perfil clínico particular, sino también una firma genética diferenciada. Por ejemplo, el grupo de “amplia afectación” presenta mayor proporción de mutaciones de novo (mutaciones nuevas no heredadas), mientras que el subtipo mixto se vincula más a variantes raras heredadas.
Los científicos también identificaron que, según el subtipo, las mutaciones afectan la expresión genética en distintas etapas del desarrollo. En algunos casos, los genes se activan más tarde, lo que podría explicar los diagnósticos tardíos.
“Nuestro enfoque permite conectar los síntomas observables con los mecanismos genéticos que los originan. Así se puede avanzar hacia un autismo verdaderamente personalizado”, afirmó Tal Shohat, autora principal del estudio.
En Japón, un equipo de Kobe University (Universidad de Kobe) publicó en Cell Genomics (Genómica Celular) una colección sin precedentes: 63 líneas celulares de ratón con mutaciones CNV (variaciones en el número de copias, por sus siglas en inglés) que reflejan alteraciones genéticas asociadas al autismo. Estas líneas incluyen 57 deleciones y 6 duplicaciones en regiones humanas relevantes.
Utilizando tecnología de edición genética CRISPR/Cas9 (tijeras moleculares), los científicos crearon modelos funcionales para observar cómo cada CNV afecta a distintos tipos neuronales, especialmente neuronas glutamatérgicas y GABAérgicas, fundamentales para el equilibrio cerebral.
A través de la secuenciación unicelular (single-cell sequencing), que analizó más de 37.000 células, hallaron una alteración común: la disminución de Upf3b, un gen esencial del sistema de control de calidad del ARN conocido como nonsense-mediated decay (degradación mediada por codón de parada).
Ese sistema evita la producción de proteínas defectuosas. Su disfunción puede alterar el desarrollo neuronal y contribuir a síntomas cognitivos y conductuales. Además, detectaron disrupciones en las vías EIF4E y mTOR, ambas cruciales para la regulación de la síntesis proteica durante la infancia.
Este banco de líneas celulares se convierte en una herramienta experimental poderosa, no solo para entender mejor el autismo, sino también para probar fármacos dirigidos a vías específicas o para diseñar organoides cerebrales personalizados (modelos tridimensionales de tejido neuronal en laboratorio).
A estos hallazgos se suman los relatos personales de las familias que describen con claridad el impacto de un diagnóstico preciso y el desafío de convivir con un sistema educativo desigual. Una de esas familias es la de Iago y Marisa. Su hijo, Alfredo, recibió un diagnóstico dentro del espectro autista.
Iago recuerda con claridad el momento en que se lo comunicaron. No fue un golpe, sino un alivio: "Nos lo dijeron en el segundo colegio, sospechaban dislexia y TDAH, pero fue el neurólogo quien sumó autismo de grado bajo. De repente, todo encajó. Llevábamos años dando tumbos sin que nadie propusiera evaluarlo".
"De repente, todo encajó. Llevábamos años dando tumbos sin que nadie propusiera evaluarlo"
Antes de esta valoración médica, Alfredo ya había acudido a psicólogos por sus altas capacidades. Sin embargo, los especialistas descartaban el TDAH por considerarlo "demasiado activo para eso". El resultado: incomprensión y conflictos escolares constantes. "Desde que tuvimos el diagnóstico, el colegio pudo actuar. Lo que los padres queremos es que entiendan a tu hijo. Y ese papel lo jugó el diagnóstico", explica Iago.
Alfredo tiene intereses intensos en tecnología, electrónica y robótica. Monta y desmonta consolas como si fueran puzles, pero su rigidez mental le dificulta afrontar lo impredecible. Su padre lo describe así: "para él todo es o blanco o negro. Le cuesta aceptar que el mundo tiene grises. El desafío diario es ayudarle a adaptarse sin que se frustre".
"Le cuesta aceptar que el mundo tiene grises. El desafío diario es ayudarle a adaptarse sin que se frustre".
Y añade: "el autismo generalmente va acompañado de mucha ansiedad y quizá lo difícil es gestionar esa ansiedad. Hay fármacos destinados a rebajarla porque son niños muy intensos, viven todo con muchísima intensidad. Su autoexigencia es muy alta, al igual que la exigencia con los demás. Hasta hasta que no consigues educar y dirigir de todos estos aspectos y dar herramientas para que él mismo lo gestione, sufre mucho".
Aunque cambiaron de colegio, cada curso se encuentran con nuevos obstáculos: "el equipo directivo y de orientación lo apoyan, pero todos los años hay un profesor que no colabora. Siempre es en lengua, justo donde más necesita ayuda", comenta Iago, que también denuncia la escasa ayuda pública: "recibimos 400 euros al año. Con eso no pagas ni un mes de logopeda. Y conozco casos de niños con altas capacidades que reciben más apoyo que Alfredo, que tiene tres diagnósticos (dislexia, TDAH y autismo de grado bajo) ”.
"Recibimos 400 euros al año. Con eso no pagas ni un mes de logopeda. Y conozco casos de niños con altas capacidades que reciben más apoyo que Alfredo, que tiene tres diagnósticos”.
En todo este proceso, Iago descubrió que él mismo comparte rasgos autistas: “me veo reflejado en Alfredo. El 70 por ciento de los casos tiene base genética. Yo también estoy en evaluación. Y me hace pensar en mi generación, en la gente que nunca recibió este diagnóstico y sufrió en silencio”. En este sentido, pensando en el futuro de su hijo, tiene una expectativa sencilla pero profunda: “Que encuentre su sitio. Que haga algo que le guste. Y que sea feliz”.
“Que encuentre su sitio. Que haga algo que le guste. Y que sea feliz”.
Y envía un mensaje claro: "No hay que ocultar el diagnóstico. Hay que normalizarlo. Cuanto más natural sea hablar de autismo, más comprensión generaremos. Yo explico que mi hijo es autista y añado ‘asperger’, porque mucha gente lo entiende así”.
La ciencia ha comenzado a ordenar el aparente caos del espectro autista. Comprender que existen subtipos clínicos con causas genéticas específicas transforma el enfoque diagnóstico y terapéutico.
Un diagnóstico bien formulado no solo aporta evidencia científica, también devuelve comprensión, dirección y alivio. Y la experiencia de familias como la de Alfredo demuestra que, detrás de cada etiqueta clínica, hay historias que exigen ser escuchadas, respetadas y acompañadas.