María Elena Gago, en La Marina

Bajo el título de “Selección”, la galería La Marina-José Lorenzo ofrece un recorrido antológico por la obra de María Elena Gago (A Coruña, 1940-2011), que nació pintora y fue prácticamente autodidacta, aunque también asistió a las clases de Lolita Díaz Valiño. Podemos afirmar que fue una de nuestras más singulares artistas y, aunque pintó algún paisaje, utilizó, preferentemente, el tema de los interiores para crear espacios recoletos y silenciosos inundados de una misteriosa luz. Se trata de estancias acogedoras donde la presencia humana está ausente, pero que, sin embargo, se dijera que están ahí aguardándola y ofreciéndole un lugar de intimidad y de reposo. Ya en otra ocasión dijimos que, a su obra, podrían aplicársele aquellos versos de Baudelaire, cuando hace la loa de un interior holandés: “Allí todo es orden, belleza, lujo, calma y voluptuosidad”. Acertadamente,  Álvaro Cunqueiro calificó su mirada de “ensoñadora caricia”, porque, en efecto, crea atmósferas de tonalidades claras y envolventes que sugieren recogimiento y en las que se siente latir algo de inefable, de leve, de inmaterial. Esto fue resaltado por Emilio González López, en 1981, cuando hizo la crónica de su paso por Nueva York, donde argumentaba que su representación de los objetos físicos iba “más allá de la materialidad y aparece sobre esa realidad material otra espiritual, que la envuelve en un ambiente poético”. Nosotros añadimos que lo que está creando son espacios simbólicos, lugares donde una solitaria silla, una cama, un sofá, una ventana, una pared con una  puerta cerrada o una ventana con un búcaro de hortensias nos llevan a pensar que, de alguna manera, estas estancias sirven de escondrijo para las fantasías de la imaginación y que son como incubadoras propicias para que la ilusión se despliegue y abra portales de paso para otras dimensiones. Podemos aseverar, sin ambages, que no pinta espacios corrientes, que hay algo invisible que late ahí tras las apariencias; tal vez sea “la presencia de una ausencia” –como dice el poeta José Hierro–. Acierta Carlos Areán cuando dice que “su espacio no es el de la vida, sino el del ensueño”. Efectivamente, se trata de lugares evocadores, recoletos, ámbitos de refugio que hablan de soledades y que inducen a la introversión, que tienen en el dormitorio y en la cama sus aliados más propicios y que traen ecos de una ultra-realidad invisible. Un aspecto a destacar es la exquisitez compositiva y cromática con la que Mª Elena Gago realiza estas obras, siempre a la búsqueda de lo esencial. Se trata de límpidos espacios de soledad llenos de silencio evocador, cuya reverberación tácita se funde con la acariciante luz creada, especialmente, por medio de suaves ocres o de aterciopelados tonos blanco marfil. La suya es –como dijo González Garcés– pintura para poetas, pues habla con alma de poeta y consigue que en sus creaciones se sienta latir lo intangible y pueda percibirse esa oculta sonoridad callada (valga el oxímoron) convertida en etérea y metafórica luz.

María Elena Gago, en La Marina

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