Nunca lo diría a primera vista. Ni usted, ni nadie. Lo que parece una adorable serie protagonizada por críos que exploran un mundo de fantasía, una región de la Tierra que, a la manera de Verne, oculta una flora y fauna fantásticas en una zambullida insondable a los abismos terrenos es, en realidad, una de las experiencias audiovisuales más salvajes de la historia. Y lo es; a fuego lento. Aunque hay indicios de lo que está por venir durante toda la trama.
Su autor, Akihito Tsukushi, es un tipo de lo más peculiar. Dice que escribe el tebeo (Made in Abyss) que le hubiera gustado leer a él como niño, y especifica: “sin que lo supieran mis padres, claro”. Esta aseveración es ya en sí importante y a mí me trae recuerdos de la primera vez que leí It de Stephen King, con 12 años, y que se sintió exactamente como eso, como la mirada a algo fascinante, y verdaderamente espeluznante, porque era ficción, sin lugar a dudas, adulta.
Lo que escribe Tsukushi tiene un sabor si cabe más peculiar, porque durante tramos parece que juega a engañar (él dice que no, que no hay ningún plan macabro en tener una estética tan colorida e infantil para contar una historia tan salvaje; que es lo que le sale “de natural”), a que nos sintamos a salvo en una ficción hermosa sobre aventureros que exploran esa incógnita tremenda, el Abismo, llevados por el deseo tan humano de descubrir que alberga el siguiente horizonte.
Afirma Tsukushi también que en realidad su inspiración no viene del fantástico más inventivo (aunque viendo el anime o leyendo su manga, lo parezca), sino de estudiar, al detalle, la naturaleza de nuestro mundo que le parece “mucho más extraña, fascinante o salvaje” que cualquier cosa que él mismo pueda imaginar.
Cuando uno lee sobre cosas que ocurren en el mundo natural, sea la invasión craneal de los hongos a ratones, la decapitación que una mantis aplica a su pareja durante el coito o el devorar a los hijos menos espabilados que tantos y tantos mamíferos practican, pues lo que dice Tsukushi comienza a cobrar un sentido muy claro.
Y entonces uno se explica que secuencias verdaderamente escalofriantes, como esa en la que una de las criaturas del abismo hace hablar a un cadáver para servir de señuelos a incautos, no bebe, exclusivamente, de una imaginación febril y cruel, sino de un descubrimiento, horrorizado y fascinado, de los mecanismos que rigen el juego letal de la supervivencia natural. El mundo de los humanos, regido por las leyes del civismo, el orden y la moral, pone nombres a crímenes (violaciones, asesinatos, secuestros) que son meros sucesos en lo natural. El (sangriento) pan de cada día.
Descubrir si uno está preparado para ver “Made in Abyss” es fácil. Les describo una escena, que sucede muy tarde en su primera temporada; en concreto, en el 10, titulado El veneno y la maldición. Un monstruo terrible ha pinchado con una espina venenosa, las mismas que luce con letal belleza un pez escorpión, a una de las niñas protagonistas. En cuestión de minutos, su brazo crece hasta proporciones grotescas. El niño robot que la acompaña, su protector y enamorado, la carga en hombros y se ve obligado a ascender por una capa en la que conoce, de oídas, el efecto que provoca en los humanos: sangrar por todos los orificios.
Si ustedes pueden soportar la visión de una niña que sangra por todos los orificios y que pide, suplica, a su compañero que le sierre el brazo envenenado pues, entonces, están preparados para emprender el viaje a sus profundidades. No ocurre nada si esto es demasiado para ustedes. Es comprensible. Pero si no lo es, les puedo afirmar que es una de las experiencias más fascinantes de mi vida como explorador narrativo de mil y un mundos.