Acomodados en las rutinas domésticas con las que hemos nacido la mayoría, suena a ficción la época en la que las fuentes y los lavaderos eran vitales para la población de las villas, pero así era, y Ferrol también poseía una red de acceso al agua potable que surtía a sus vecinos.
En el volumen de la “Historia y descripción de la ciudad y departamento naval” (1859), Montero Aróstegui daba cuenta, en primer lugar, de los dos surtidores que usaba la antigua población. Uno de ellos, ubicado en San Francisco, donde actualmente terminan las escaleras que bajan del atrio hasta la calle Irmandiños y que, por aquel entonces, era un lugar al que llegaba el mar.
Esa era la de “As Pombas” y contaba también con lavadero. La segunda, la de San Roque, enclavada al lado de la ermita dedicada al santo y que llegó hasta nuestros días —aunque variando su emplazamiento— conservando la obra de sillería de Carlos de Porto, con el bajorrelieve que ilustra el escudo de la ciudad.
Llegaron posteriormente muchas otras, además de la de la Fama. En la Aldea de Canido contaban con dos. La principal, la de Insua, se construyó en 1789 bajo la batuta de Sánchez de Aguilera, completando el conjunto un lavadero —que, aunque modificado, se conserva en la calle Celso Emilio Ferreiro— y un bebedero para ganado. Asimismo, saliendo de la puerta del barrio, en lo que hoy sería el comienzo de la carretera de Catabois, había otra para el “crecido número de vecinos de aquellos extramuros”, deshecha en 1844.
Con sus piedras, se construyó la nueva en San Francisco. La antigua, ubicada enfrente de la capilla de la Orden Tercera y poco utilizada por quedar cerca la de San Roque, dio paso a esta otra, que se situó delante de la iglesia castrense. No muy lejos de allí, en la cuesta de Mella, estaba la de La Teja, con dos caños de bronce —uno público y otro para dar servicio al Arsenal— y con una estructura de sillería, describe Montero Aróstegui.
En su particular inventario, figura también la fuente principal de Esteiro, con permiso del manantial que había en la bajada a Fontelonga: la de San Amaro, situada en donde hoy discurre la escalera contigua a la comisaría de Policía en la plaza del mismo nombre. Se levantó en 1806 aunque tuvo que superar muchos percances en su historia.
En el barrio de A Magdalena estaba la que adoptó su nombre, construida en 1784 en la actual calle de la Iglesia, a pocos metros de la de Artilleros, con poca agua y fechada en 1799, así como la del Hospital de Caridad, que se ejecutó en 1786. Sin embargo, la más imponente de todas era la de Churruca, “la principal y más hermosa de la población”, que estaba en el centro de la plaza de Armas.
Su obra se inició en 1811 y la Marina facilitó soleras y sillares del antiguo cuartel de guardiamarinas que había en San Roque. El arquitecto municipal, Miguel Ángel de Uria, dirigió su construcción, que duró dos años. Mide 13,93 metros y el obelisco termina en una urna en memoria del héroe de la batalla de Trafalgar, Cosme Damián de Churruca.