Que Ferrol sea una ciudad relativamente moderna y con una inexplicable predilección por la piqueta y la apisonadora ha complicado la tarea de viajar al tiempo de nuestros antepasados, fiando a la imaginación buena parte de los escenarios donde fluyeron sus ajetreadas vidas.
Uno de estos lugares fue el Pazo de la Merced, ubicado en Ferrol Vello y llamado también Casa de los Bermúdez, un inmueble señorial que se construyó en el siglo XVIII y pereció a mediados del XX sin que —oh, sorpresa— las administraciones hicieran nada por evitarlo.
Una propiedad de 7.140,17 metros cuadrados, cifrados así en el documento del Registro que Alberto Moreno-Bermúdez e Bouza cita en el capítulo donde habla de esta finca de sus antepasados dentro del volumen “Homenaxe a Ferrol Vello” (Embora, 2015), que fue mandada por siete señores, con mayor y menor poder en la villa ilustrada que se convirtió tras sus muros en una ciudad.
A lo largo de sus casi 200 años de existencia, las historias que confluyeron en el Pazo fueron muchas y muy diversas: de los pleitos que la familia mantuvo con Concello e Iglesia para conservar la regalía de paso de las procesiones a servir de hospedaje a Canalejas en sus visitas, pasando por el protagonismo de sus inquilinos en la vida social de la clase alta ferrolana y del propio inmueble en los relatos de Gonzalo Torrente Ballester.
José María Bermúdez Pardiñas y Villardefrancos fue quien mandó construir la casa en la década de 1770, siendo señor de Xuvia, Caranza y Santa Icía de Trasancos, y llegando a contar con hasta ocho mayorazgos, entre ellos el de Vilar de Francos e Castelo (Carballo) y el de Mandiá, dos de los más importantes.
En su libro “Una sociedad en cambio: Ferrol a finales del Antiguo Régimen” (Embora, 2003), el historiador Alfredo Martín cita a Bermúdez como uno de los hombres más ricos del Reino, puesto que era propietario de buena parte de los terrenos que la Hacienda Real expropió para la construcción del Arsenal y los astilleros ferrolanos.
Con dinero de sobra y un terreno familiar donde ahora se cruzan las calles Manuel Comellas, Merced y Curuxeiras, José María decide construirse una casa de invierno en una ciudad en auge, pasando los veranos en la otra propiedad de la que disfruta y que, afortunadamente, sí continúa en pie: el Pazo do Monte.
Enumera Alberto Moreno-Bermúdez en su artículo que la ciudad era llamativa en los meses fríos porque era una forma de relacionarse con otras familias, “dando pé a enlaces futuros”, pero también ofrecía una mejor oferta formativa para las nuevas generaciones y más posibilidades de lograr las aspiraciones de ascenso en el poder político o social. De hecho, José María llegó a ser Regidor Perpetuo y Vocal nato del Arbitrio de la villa de Ferrol, además de uno de los impulsores, con Dionisio Sánchez de Aguilera, del Hospital de Caridad.
Con los barrios de Esteiro y A Magdalena en construcción en gran parte sobre los terrenos de los Bermúdez, las finanzas de la familia no dejaron de incrementarse y “máis de 130 casas pagaban unha renda foral a principios do XIX por ser construídas sobre parcelas pertencentes ao morgado”.
En la descripción del Registro, que data de 1868, se habla de una casa de dos cuerpos, dos pisos en la fachada y tres en la parte posterior, ocupando el número 15 de la calle, llamada por entonces, de Carmen y Corugeiras (la Curuxeiras actual). La planta tenía 689 metros cuadrados, contando con un patio y un jardín, además de una huerta con viña y campo. Todo inaccesible a la vista, claro está, con “muralla y un tinglado a la parte del sur”.
No obstante, la estancia más llamativa de toda la construcción y la que acabaría dándole nombre no solo al Pazo, sino también a la calle, es una capilla anexa dedicada a la Virgen de la Merced, “que se comunica interiormente por la sala principal y teniendo entrada al público”.
“Es lo más raro de toda su historia porque los pazos urbanos, como mucho, tienen un oratorio, pero no capilla”, comenta Moreno-Bermúdez a Diario de Ferrol, anticipando la posible causa: la familia había sido la propietaria del pequeño templo anexo a la parroquial de San Julián —ubicada en las inmediaciones de la Praza Vella y a la que las obras del foso del Arsenal terminaron de darle la puntilla tras décadas de deterioro— que estaba dedicado a la Santísima Trinidad.
El investigador Fernando Dopico, quien recibió hace años el encargo de poner orden en el archivo del Pazo do Monte, firmó en el año 2023 el artículo “Las primitivas capillas particulares de la Santísima Trinidad y de la Merced en Ferrol” en la revista Ecce Homo, donde explica que “el origen de una fue consecuencia de la desaparición de la otra”.
Aparece un nuevo personaje de la familia, Juan Yáñez de Leiro y Doza, hijo del regidor ferrolano Alonso Bugueiro de Parga y de Clara Fernández de Mandiá, que fue quien en 1586 formalizó la compra a la Hacienda Real de los cotos de Xuvia, Caranza y Santa Icía de Trasancos, fundando un mayorazgo y consiguiendo después anexarle la mencionada capilla, con la que logró hacerse en propiedad. Fue en la década de 1760 cuando se vino abajo la iglesia y empezó “un largo contencioso (1772-1811) a tres bandas entre los Bermúdez, el asentista y el concejo de la villa de Ferrol”.
Ya tenían edificada su capilla en 1800, pero finalmente Pedro, el hijo de José María y segundo señor del Pazo, decidió ponerla bajo la advocación de la Merced e intentar zanjar la trifulca, consagrándola y abriéndola al culto en 1811. Sin embargo, la guerra abierta con el clero y el Concello no acabaría ahí, puesto que los pleitos para que se cumpliese el paso de las procesiones —especialmente el Corpus, pero también el Santo Encuentro y el acto del Descendimiento— no acabó.
“Heredó, por decirlo de alguna manera, la antigua regalía que poseían los Bermúdez y sus antecesores de que las procesiones, y muy señaladamente la del Corpus, hiciesen estación delante de su casa”, expone Dopico, precisando que “cualquiera alteración del antiguo recorrido era entendida como un menoscabo de derechos”. Con todo, la última vez que el desfile transitó por Ferrol Vello parando allí fue en 1941.
Más allá de estas polémicas, cada 24 de septiembre, día de la festividad de la Virgen, “la casa costea anualmente la función”, recogía Montero Aróstegui en su famosa “Historia y descripción de la ciudad y departamento naval de Ferrol”. De hecho, El Correo Gallego hablaba en 1911 de que los electricistas Andrés Fuentes y Pedro Fernández —el bonito cartel de la tienda de su viuda todavía se puede ver en la calle Magdalena— se encargaron de engalanar el altar con luces.
El quinto señor del Pazo fue una señora, Elena Bermúdez y Fernández de la Puente, bisnieta del fundador. De su mano, a finales del XIX y principios del XX, la casa se convirtió en el “centro das intrigas da política local, ao ser o seu esposo o xeneral Auditor da Armada don Joaquín Moreno de Toro e Lorenzo, xefe do Partido Liberal” y amigo personal de José Canalejas, el ferrolano que llegó a ser presidente del Consejo de Ministros y que, tal y como recogió El Correo Gallego, se quedó en varias ocasiones en el inmueble de Ferrol Vello.
Ante su deterioro, la familia se mudó al Pazo do Monte en 1917 y este lo vendieron a la Fábrica de Lápices en 1943. Fue garaje y cuartel de la Guardia Civil antes de incendiarse y que los Condes de Fontao se llevasen su fachada piedra por piedra a un pueblo de Lugo en 1956 antes de cumplir la orden municipal de derribo. Nada hicieron con ellas, que siguen desparramadas allí, salvo su piedra armera, que fue a parar a la residencia de los compradores en la provincia de Segovia.
Dopico quiere dejar claro que nada tiene que ver este con el de la Merced de Neda del que, asegura, “nunca se consideró un pazo como tal, sino la Casa de la Florida”, remarcando que solo había dos en la trama urbana de la villa ferrolana y el otro estaba donde se ubica hoy en día Supercor, con el nombre de Caamaño.
No obstante, por si no quedase clara la influencia de los Bermúdez, el escritor más internacional de Ferrol, Gonzalo Torrente Ballester, citó en varias ocasiones a la familia y a su hogar portuario, tal y como demuestra Moreno-Bermúdez citando “Farruquiño” y “Los Gozos y las Sombras”.
Así, entre los fragmentos que reproduce se puede leer que los nobles “poseían, además del pazo de Leixa, un palacio en la ciudad (...), nadie del contorno había jamás tenido un vehículo tan lujoso, ni usado cochero y dos lacayos (...). Los señores habían sido siempre los más ricos” y “aquel salón, en el palacio de la Merced, yo lo conocía bien por haber acompañado a mi abuelo a visitar al jefe del partido liberal”.