La Oficina Municipal de Voluntariado de Ferrol constituye el primer paso en la integración de muchos inmigrantes que llegan a la zona en busca de una vida mejor. Siendo que la gran mayoría no podrán trabajar durante un período de unos dos años el sentirse útiles de algún modo, el poder colaborar y el poder conocer gente se hace urgente en su camino hacia la integración real en un país y una ciudad nueva, con costumbres diferentes y, a veces, con un idioma que desconocen. Muchos son los que deciden empezar ofreciendo lo más valioso de lo poco que poseen, como es su tiempo.
Este servicio municipal se ha convertido en una válvula de escape para muchas de estas personas en su periplo hasta lograr sus papeles y poder trabajar. En este departamento se ofrece una amplia variedad de programas como aquellos relacionados con las actividades culturales y de envejecimiento activo y saludable que se realizan habitualmente con personas mayores –visitas a museos como Caldoval en Mugardos, el de la cerámica en Esmelle o el Museo Naval han sido algunas de las propuestas realizadas el pasado curso–, pero también otras iniciativas de calado intergeneracional dirigidas, por ejemplo, a menores gitanos o labores relacionadas con el ámbito educativo, como acciones de refuerzo de la lengua española, entre otras.
Cientos de historias se abren paso entre los muchos voluntarios que deciden ayudar para aprovechar su tiempo en favor de los demás, algo que les permite conocer a gente, relacionarse con otras personas, fundamental para sentirse útiles. A través de la Oficina Municipal de Voluntariado ahondamos en la historia de Selmary Rodríguez y Gustavo Fabián, venezolana y argentino, respectivamente. Los dos escogieron esta zona de Galicia por una cuestión puramente económica al encontrar aquí los alquileres más asequibles.
“Nosotros llegamos en Semana Santa y fue un horror. No había posibilidad de alquilar nada y debí abonar seis meses por adelantado para quedarnos con el piso del Inferniño que ocupamos hasta que nos trasladamos a Narón”, rememora Gustavo. Lo mismo recuerda Selmary de aquellos primeros momentos en los que les tocó compartir vivienda mientras no habilitaban una.
Gustavo llegó en 2023 tras su paso por Alemania, donde la integración no les resultó posible por el idioma. Tenían muy claro, tanto él como su esposa, que había que hacer lo que fuera necesario “por salir de casa, por conocer gente, por formarnos de nuevo”, ya que son conscientes de que cuando uno sale de su entorno y llega a otro es necesario empezar de cero. Con 69 años se vio obligado a abandonar su país de acogida, Colombia, por cuestiones políticas. Allí tenían un trabajo estable y bien remunerado al que debieron renunciar tras saber que estaban “marcados” por sus ideales.
Gracias a la Oficina Municipal de Voluntariado lleva, desde que arribaron a la ciudad, formándose y colaborando, acompañando a gente mayor, realizando cursos, acciones benéficas y charlas. “En una ocasión participé en una charla sobre TEA y Autismo y pude dialogar con los presentes. Aquello propició que me llamaran de Aspanaes para saber si estaría dispuesto a colaborar con ellos y yo les dije que, pese a ser sanitario, de la rama quirúrgica y postoperatoria, no tenía ningún conocimiento a la hora de tratar con estas personas, pero lo cierto es que me contrataron”.
En su caso, su implicación en el departamento municipal de voluntariado se ha convertido en una vía para obtener un empleo, que desempeña en el turno de fin de semana, con jornadas intensivas de 12 horas. Está feliz, porque, a pesar de que percibe una pequeña pensión de su país y su mujer otra, sin empleo tiene claro que no existe integración real.
Su experiencia en Ferrol es buena. Asegura que se le han tendido más manos de las que se le han apartado y se queda con eso. Eso sí, tras pasar años de su vida lejos de Argentina, en Estados Unidos, Colombia y Alemania, sabe muy bien qué no se debe hacer. “Mi consejo, para quien llega de otro país como nosotros lo hicimos en su día, es que sí o sí hay que socializar y adaptarse a donde te encuentras, a nuevas costumbres.
Es realmente necesario, salvo que uno venga con mucho dinero y se pueda aislar de la sociedad, que no es lo normal. Hay que hacer amigos y no cerrarse solo a gente de tu país de origen, eso es un error”, sostiene. Ahora ya no piensan en volver a mudarse, quieren vivir en calma y “volver a casa paseando por la noche”, algo que para cualquier ferrolano puede parecer trivial para Gustavo y su mujer es un sueño hecho realidad.
“Un día comenté a mi hijo que estaba regresando del cine y era casi de madrugada. Se asustó y se preocupó por si me pasaba algo, yo le dije que no, que aquí no pasa nada, lo mismo que si te vas a dar un paseo en la playa y dejas las cosas en la arena, algo impensable para nosotros, o que te devuelvan la cartera perdida, y con dinero”. Esa misma sensación la comparte Selmary, quien asegura que la libertad de la que se disfruta aquí les parecía “ciencia ficción” y recuerda como al poco de llegar a Ferrol pudo recuperar el móvil que se dejó en el autobús que la traía de Coruña.
Selmary está contenta en la ciudad y más aún sus niños, que no quieren ni escuchar hablar de mudarse de nuevo. Ella, como suele ocurrir en estos casos, vive con una pena muy grande en su cuerpo y su alma, la de dejar atrás a sus padres, a su abuela –que falleció sin que pudiera despedirse de ella–, a su tierra y sus recuerdos. Lamenta que las leyes no contemplen que uno pueda volver a su país para despedirse de un ser querido, pero entiende que “si uno pide asilo porque no puede vivir en su tierra es lógico que el que te acoge te diga que no puedes volver para allá”, asevera.
Selmary es una joven preparada, al igual que su marido, pero la situación económica en Venezuela propició su salida precipitada de su casa. Intentaron trabajar en Estados Unidos, pero no tenía visado para uno de sus hijos y no poder verlo se le hizo insostenible. “Mi marido me dijo: ‘Haz las maletas que nos vamos’. Si no lo hubiese planteado así, de forma repentina, tal vez no lo hubiéramos hecho nunca, ya que mi arraigo era muy grande. Él tenía aquí familia, así que ese fue el detonante”.
Tiene pena pero no se arrepiente del paso dado. “Mis hijos estudian en un centro de la ciudad, allí la educación pública es inexistente, los veo felices y eso es lo único importante para mí”. En su caso, asegura que la Oficina de Voluntariado le ha ayudado a sentirse útil, a estar entretenida, como cuando acompañó a los usuarios del comedor Río Xuvia. “Fueron semanas increíbles, conversando con ellos, fue curativo para mí, que tenía tan reciente el fallecimiento de mi abuela, y llenaron de algún modo ese vacío que llevo en mi interior. Solo tengo palabras de agradecimiento”.
El Concello de Ferrol decidió trasladar la Oficina Municipal de Voluntariado desde el edificio social en el que se había abierto, situado en la calle Sánchez Barcáiztegui al centro cívico de Caranza ya en el año 2021, por entender que las instalaciones eran más apropiadas al disponer de estancias independientes para atender a todos aquellos que quisieran colaborar con la organización.
La concejala de Benestar Social por aquel entonces, Eva Martínez Montero, explicaba que en la antigua ubicación se mantendría una delegación “co obxectivo de facilitar á veciñanza o acceso ao servizo”, que contaba en aquella época con unos 80 miembros de media, cifra que se mantiene muy próxima a la de hoy en día, con más de 70 personas según el último dato ofrecido por el Concello durante el primer trimestre del presente año. Desde el gobierno de Ángel Mato consideraron en su momento que el nuevo emplazamiento favorecía, además, a la estrecha colaboración con la asociación de vecinos del barrio de Caranza.
El pasado mes de marzo, la concelleira de Política Social, Rosa Martínez, inauguraba un curso básico de voluntariado y primeros auxilios. “Temos entre os nosos obxectivos reforzar e potenciar a Oficina Municipal de Voluntariado a través de iniciativas como esta, que permite aos ferroláns participar neste servizo solidario axudando a quen máis o precisan”, manifestaba.
La acción formativa, se dirigía a una decena de personas que se habían incorporado a la referida unidad para prestar su colaboración en los diferentes ámbitos. En este sentido, Martínez consideraba “fundamental que conten coa formación necesaria para poder desenvolver unha acción voluntaria útil, satisfactoria e transformadora”, aseveraba la concelleira, quien añadía que “é indispensable para garantir itinerarios adecuados que posibiliten o crecemento e a maduración das persoas, dos proxectos e da entidade social”.