A los ferrolanos que nacieron a partir de 2013, el Bambú Club les sonará a terraza caribeña con daiquiri y reguetón. Nada saben del edificio que ocupó el jardín donde desde hace más de una década crecen los bambúes como único recuerdo de una cafetería que fue mucho más que un simple establecimiento de hostelería, sirviendo como escenario de enlaces, asambleas de socios del Racing, mítines, cursos formativos o torneos internacionales de ajedrez. Y todo ello, bajo la atenta mirada del imponente mural que pintó José González Collado.
Tras el derribo del edificio que se bautizó con su nombre, en el número 6 de la carretera de Castilla del barrio de Recimil, el reciente anuncio de la licitación del proyecto que el gobierno local aprobó para rehabilitar el espacio sonó incomprensible para muchos, que pensaban que la totalidad del establecimiento había sucumbido a la piqueta en mayo de 2013, pero nada más lejos de la realidad.
En un enorme bajo que ocupa la planta de tres bloques de viviendas —los que discurren entre las calles Mugardos y Carvalho Calero— el tiempo se paralizó en septiembre de 1998, cuando Teresa Seoane, la última propietaria del Bambú Club, anunció que suspendían “temporalmente” su actividad. Después vendrían los vándalos a destrozar mobiliario, a dejar basura y a pintarrajear las paredes; pero, sorprendentemente, no lograron despojarlo de su esencia original.
El arquitecto Iñaki Mendizábal, de la Oficina de Rehabilitación, dependiente de Urbanismo, abre el local para Diario de Ferrol a sabiendas de que la estancia sorprende a todo el que la pisa a pesar de su estado. Obviando las pintadas, la basura y el polvo acumulado, las botellas —hoy ya “vintage”— de los refrescos de La Casera y los cascos de la Voll-Damm nos sitúan en un tiempo que el mobiliario, como sacado de los comienzos de la serie “Cuéntame”, se empeña en fijar todavía más en el pasado.
El nombre de la icónica cafetería aparece rotulado en un panel y también en tazas; las cajas de plástico mantienen sus colores chillones y aún están allí algunos trofeos y restos del equipo de música. Sin embargo, lo que más llama la atención es que la enorme pintura de Collado está prácticamente intacta, acercando una estampa en la que se mezclan hombres y mujeres racializados haciendo tareas del campo con grandes tallos de bambú.
La misma planta reaparece en el papel que todavía está en algunas paredes y en un segundo mural, menos ambicioso y artístico que el principal, y con un deterioro mucho mayor. “La gran protagonista de la rehabilitación será la obra de Collado”, resume Mendizábal, dando algunos detalles del proyecto que ya está en fase de contratación.
La iniciativa busca consolidar el espacio diáfano, pero instalar puertas correderas que permitan limitarlo en el caso de que se necesite. Se conservarán además las llamativas columnas, revestidas de espejos de gresite, y también se contemplan contras en las ventanas para cegar el lugar en el caso de que se programe una proyección.
Habrá una pequeña zona de ambigú y otro de los retos pasará por blindar la seguridad del local, que está llamado a ser un eje de dinamización social en el barrio, como lo fue en el pasado. “Para conseguirlo, es importante que la gente lo haga suyo”, apunta el arquitecto, dando muestras de que el urbanismo va más allá de planificar calles, levantar edificios y arreglar los que están dañados.
Fue en 1948 cuando se terminó de construir el barrio de Recimil, obra del arquitecto Santiago Rey y catalogado por Patrimonio en 2006. Fue concebido como una ciudad autosuficiente para su época: pisos, jardines, parques, bajos comerciales, mercado, colegio e iglesia, pero el deterioro que sufrió a partir de los años ochenta por la falta de mantenimiento no encontró coto hasta entrado el siglo XXI, puesto que depende de la administración. De hecho, se trata del mayor parque de vivienda pública municipal de Galicia.
Pero antes de que comenzasen a rehabilitarse los bloques de viviendas, algunos se quedaron por el camino, como es el caso del que albergaba en su bajo la entrada a la famosa cafetería y cuya conexión con el local que se va a recuperar próximamente es todavía visible al acceder a través de un boquete tapiado por ladrillos de hormigón. Fue el 20 de mayo de 2013 cuando la empresa Xestión Ambiental de Contratas empezó la demolición, que costó a las arcas municipales 108.334 euros en el primer mandato del popular Rey Varela.
La pala borró entonces de un plumazo los proyectos que sobrevolaron el inmueble, que en 2007 fue seleccionado por la Consellería de Vivenda —a instancias del gobierno local del socialista Vicente Irisarri con Izquierda Unida— para estrenar la rehabilitación del barrio, que el propio Concello había cifrado en 28 millones de euros. Sobra decir que no se hizo nada de eso, pero el Bambú Club se convirtió en un símbolo de discrepancia entre PSOE, IU y BNG, que defendían un modelo de recuperación de Recimil, frente a PP e Independientes por Ferrol, que estaban más por la labor de hacer una nueva barriada sobre sus escombros.
Al margen de los políticos, una de las voces que surgió en aquel momento fue la del pintor González Collado, quien explicaba a este periódico el 28 de enero de 2013 que había leído “con preocupación que van a derribar el Bambú, pero nadie se ha puesto en contacto conmigo para discutir qué se va a hacer con mi mural de diez metros pintado en 1959”, recordando a las autoridades que “las obras de arte tienen derechos de autor y no creo que haya que llegar a un juicio con el Concello para resolver estas cuestiones porque no tienen duda. Ya hablé tiempo atrás con el alcalde, algún concelleiro y arquitecto, y nada, todo sigue igual”.
Proponía Collado como solución “arrancar la pintura con la ayuda de expertos y aprovecharla”, y aseguraba que, si se hacía bien, se mantendría “en perfecto estado”; pero también daba su aprobación a mantenerla en su lugar al saber que el espacio era municipal: “Se haga lo que se haga, el arquitecto tiene que contar con mi consentimiento”.
Otra de las voces discrepantes venía de la asociación vecinal San Fernando y, más concretamente, del directivo Amadeo Varela, que se sirvió de las páginas de este periódico para llamar la atención sobre la pérdida de este emblema de la ciudad. Explicaba que los bajos del inmueble acogían no uno, sino dos locales de hostelería.
En el lado derecho estaba el Bambú, que “era o máis nomeado por mor da diversidade das súas actividades”, y en el izquierdo A Lareira, “dedicado a casa de comidas, sendo moi lou-vada a súa cociña pola súa calidade e variedade”. Varela precisa también que la primera adquirió posteriormente el gran semisótano que ahora se rehabilitará “para a ampliación das súas actividades, celebrándose alí moitos actos de carácter social como vodas, bautizos, aniversarios e todo tipo de celebracións familiares”.
Entre esas múltiples propuestas, en la hemeroteca se citan algunas como reuniones informativas de estudiantes que buscaban becas en el extranjero, entregas de trofeos deportivos, el “día del Falangista de Ferrol y su comarca”, el festival infantil de disfraces de la ONCE, un mitin de Esquerda Galega, presentación de ofertas de empleo, torneos del Circuito Gallego de Ajedrez Internacional o la asamblea anual de socios del Racing de Ferrol, puesto que en el Bambú Club se ubicaba una de las peñas más multitudinarias del club en las décadas de los 60 y 70.
El primer anuncio del negocio se encuentra el 25 de agosto de 1957 en La Voz de Galicia: “Bambú Club. Sala de té. Cafetería y cervecería. Especialidad en bodas y bautizos. Avenida del Generalísimo, 6. Teléfono: 2882”. Años después, en diciembre de 1984, se produjo el primer desplome en el edificio. En concreto, en la pared del almacén del establecimiento, por “la proliferación de humedades y dudosa resistencia de materiales” con los que se había levantado en 1951. Le costó la vida a una mujer, Mª Encarnación Pardo Fajardo, de 59 años, que paseaba por allí en el desplome.
Después, en la madrugada del 10 de mayo de 1993 robaron en el interior un equipo musical y diversos discos, valorado todo en 400.000 pesetas, y en enero de 1998 el Concello obligó finalmente a desalojar el inmueble. Meses después, el 3 de octubre, Teresa Seoane publicó un escrito para anunciar la suspensión temporal de actividad.
“Con profunda pena me veo obligada a mandar a mis empleados al paro”, dijo, culpando al gobierno local de ejercer una “incalificable presión, con un vallado innecesario con el único fin de poder derribar un edificio que ellos declaran en ruina, la cual no existe; pero conseguirán arruinarlo de la misma manera que han arruinado mi negocio”. Decía sentirse “triste”, pero agradecida a la clientela, anunciando acciones judiciales. Dos meses después, abrió un nuevo local, “O Tesouro”, en Sánchez Calviño, mientras que el Bambú aún esperaría 15 años por su derribo.