Entre dos realidades

Hace algunos años ni siquiera el más osado de los mortales se hubiera atrevido a imaginar que en el futuro íbamos a transitar en una especie de zona crepuscular situada entre lo real y lo virtual.

Este nuevo escenario abrió el camino para desfigurar la realidad, superponiendo encima de ella otra diferente. Un ejemplo es que hoy cualquier canalla, bribón o mentecato puede ser “reconvertido” en persona respetable y hasta inteligente. Es como obligarnos a ver blanco lo que en realidad es negro; o dicho en román paladino, orinar por alguien y hacerle creer que llueve.

Y uno se pregunta ¿piensan de verdad los promotores de tales espejismos que la sociedad es tan pardilla? Parece que sí, pues los resultados obtenidos con esos engaños saltan a la vista.

A uno se le pone cara de lelo cuando de la noche a la mañana observa que de una mentira reciclada sale una “verdad”, o cuando un mediocre puede ser convertido en líder para pastorear a un número importante de personas.

Los que promueven esas cosas pareciera que estuvieran utilizando los cinco pasos de la “ventana de Overton”, consistentes en convertir un tema rechazable en aceptable; procedimiento que puede ser empleado en todos los ámbitos, historia, personajes, políticos, etcétera.

Esta teoría fue creada por el politólogo norteamericano, Joseph P. Overton, la cual parece estar muy actualizada últimamente. La verdad es que sirve como una suerte de “detergente” capaz de lavar y “blanquear” cualquier suciedad en el campo político o histórico. Es, además, un instrumento multifuncional y multipropósito, lo que significa que también puede ser usado para “ensuciar” a los rivales.

En todo caso, no es nada alentador lo que está ocurriendo. Hoy cualquier barbaridad puede ser puesta en valor, de tal manera que una vez blanqueada puede llegar a encajar en lo que desde hace un tiempo le dieron en llamar lo “políticamente correcto”. Lo que quiere decir que todo es susceptible de ser revisable, cambiable y blanqueable.

Dicen que la historia ocurre dos veces, la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa. Y por lo que estamos viendo alguien está especialmente empeñado en abrir la puerta a la farsa, utilizando cualquier argumento por aberrante o loco que éste nos pueda parecer.

Es verdad que no sería justo culpar al mundo virtual de todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Porque a decir verdad son varios los factores y las variables que intervienen en hacernos ver y creer lo que no es.

Existe la sensación de que está en marcha una determinada construcción cultural cada vez más intolerante, más miope y, si cabe, más reduccionista; hay un sospechoso interés en que el árbol no nos deje ver el bosque en toda su dimensión, ni disfrutar de sus diferentes colores.

Es obvio que muchos de los elementos del mundo virtual están separados del real por una línea demasiado fina, invisible a simple vista, con lo cual hace que mucha gente los confunda sin saber lo que realmente está pasando.

Lo cierto es que con el tiempo lo que se recibe del mundo virtual acaba influenciando, condicionando y moldeando la vida diaria de las personas. Y si, encima, la narrativa está falseada acabamos viviendo en un engaño o paripé permanente.

Hoy abundan los relatos virtuales, y también los no virtuales, algunos movidos por oscuros intereses que aparentan estar enfocados a crear desajustes sociales, ansiedades, miedos, fobias, falsas expectativas, rabias. Relatos que están envenenando el ambiente, transformando las áreas urbanas en un “Kalahari social”, donde la competencia deja de ser sana para convertirse en una brutal lucha por la supervivencia individual.

Es como si las “ofensivas” desde ese mundo virtual, ilusorio, esas que desfiguran nuestra realidad, haciendo perder toda perspectiva, estuvieran orientadas para desaparecer culturas, naciones, tradiciones, ideologías, religiones.

Tal parece que hay en ellas una intención malsana, disociativa, disgregadora, capaz de anular cualquier análisis crítico de la realidad, para así poder borrar más fácilmente todo atisbo de resistencia con el fin de construir e imponernos otra realidad.



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