La pertinaz política de Sánchez y su coro mediático están consiguiendo objetivos impensables, hasta hace no mucho, en nuestra democracia. Uno de ellos, quizá el más vergonzoso, consistía en normalizar la presencia política de Arnaldo Otegui como actor importante de la España de hoy. Desde calificarlo de hombre de paz hasta pasearlo por las instituciones del estado con honores y respeto absolutamente inmerecido. Tan es así, que el propio terrorista se autoproclamó como “decisivo para la política del estado”. Hoy todo el mundo sabe que Otegui es el portavoz político de ETA y parece que es aceptado sin rechazo alguno, que es normal verlo ante los micrófonos de los medios sentando cátedra y que es convocado por el gobierno de Sánchez para negociar los presupuestos generales del estado como uno más. Incluso el gobierno parece decidido a hacerle concesiones a cambio de sus votos favorables a las cuentas del estado, lo cual es natural una vez que se le convoca a la mesa de negociaciones. ETA no ha desaparecido, es más, lo más preocupante es que hoy por hoy es la segunda fuerza en el país vasco y es socia del PSOE en Navarra. Los socialistas participan de un juego peligroso de final impredecible y por eso se apresuran a celebrar las palabras vacías del terrorista cuando dice lamentar el dolor causado sin pedir perdón, en ningún momento, por los asesinatos de la banda a la que el pertenece. Ni tan siquiera por sus propios crímenes conocidos como el secuestro de Javier Rupérez o el intento de asesinato de Gabriel Cisneros. Mientras Otegui pisa la moqueta del poder de la mano de Sánchez en cientos de ayuntamientos vascos se sigue homenajeando a los etarras que quedan en libertad convocados por Sortu y Bildu, las marcas blancas de ETA, que, con las manos manchadas de sangre, ondean la bandera de la libertad supongo que para ofender a tan noble palabra y, ya de paso, a todas las víctimas del terrorismo etarra. Hoy resulta natural ver al secuestrador acompañando en actos públicos a Esquerra Republicana de Cataluña o al Bloque Nacionalista Gallego lo que no deja de remover las entrañas de los que tenemos memoria y dignidad. Por este repugnante blanqueamiento de los terroristas podemos explicar que los jóvenes vascos y quizá los españoles, no sepan quien fue Miguel Ángel Blanco cuyo asesinato, el más vil y cobarde de la banda, supuso un punto de inflexión definitivo en la sociedad española que gritó, con una sola voz, “basta ya”. Miguel Ángel Blanco sí fue un hombre de paz y, por serlo, acabaron con su vida al más puro estilo mafioso propio de los asesinos etarras. Por si quedara alguna duda de la verdadera identidad de Otegui, el mismo se encargó de refrescarnos la memoria. A las pocas horas de “lamentar” el daño que sufrieron las víctimas, se dirigió a los miembros de su banda para decirles: “tenemos a 200 de los nuestros (etarras) en las cárceles y si para sacarlos hay que apoyar los presupuestos, pues se apoyan”. Por primera vez oigo verdad en las palabras de Otegui. “los nuestros”, ósea, los suyos, son los que son, los terroristas presos por delitos de sangre a los que este “hombre de paz” arropa y mima y a los que quiere ver en la calle para mayor daño y humillación a las víctimas.