AA un paso del terror está el horror, pero solo alcanzamos a sentirlo cuando la acción no es parte de la causa, la nuestra, sino que es solo causa, la propia de un crimen sin otro sentido que aquel que le marca su propia naturaleza. Ante él respondemos horrorizados, pero no vamos más allá de algunas consideraciones sobre las posibles motivaciones y el lógico morbo por conocer aquellos detalles más truculentos, no siempre por insana curiosidad, sino por conseguir que el hecho sea merecedor, en nuestra razón, del verdadero horror que entendemos debemos sentir.
La dinámica de esta acción-reacción cambia de inmediato cuando el crimen no es solo causa, sino que es parte de la causa, en ese caso, la violencia se matiza y el horror desaparece al entender que el criminal no actúa porque sí, ni para sí, sino en aras de un bien supremo, perfectamente definido, consiguiendo que el hecho sea considerado un mal necesario o daño colateral, algo que duele pero que está ahí para calmar el dolor de la humanidad o del grupo.
La causa antiamericana nos llevó a millones de ciudadanos del mundo a pensar que los atentados del 11S fueron una justa respuesta a los abusos y conspiraciones de sus gobiernos, por lo que nos sentimos horrorizados, solo asombrados, quizá reconfortados, cometiendo el inmenso error de olvidar por esa cínica razón el dolor de tantos inocentes y en su inocencia del horror del crimen y lo criminal de su justificación.