Siempre he dicho, con mi posiblemente errado criterio periodístico, que el hecho de que haga calor en agosto y frío en enero es algo que, por repetitivo y por lógico, poco o nada tiene de noticia. Serpiente de verano o de invierno navideño, cuando decrecen las noticias ‘de verdad’. Lo malo es cuando las portadas de los diarios se llenan, como están haciéndolo ahora, con imágenes de calor sofocante sabiendo que este calor es causa de otros muchos males. Por ejemplo, la subida del precio de la luz, que bate récords en España mientras el Gobierno ya no sabe por dónde tirar en busca de soluciones cuando menos ‘pintorescas’, y los ‘luzólogos’ de turno pueblan tertulias y cenáculos predicando remedios que muchos de ellos han captado simplemente ‘de pasada’, vamos a decirlo así, piadosamente.
Cierto igualmente que el informe de la OMS, certificando algo que solo los negacionistas más torpes rechazan ya, los crecientes peligros del cambio climático –¿dónde ha ido a parar Greta Thunberg, por cierto?–, ha servido también para aumentar el cuerpo de la letra de los titulares y el tamaño de las fotos que nos hablan del calor.
Unas fotos que, por cierto, ocasionalmente nos han mostrado al Mediterráneo oriental ardiendo literalmente por los cuatro costado, en incendios que en Argelia, sin ir más lejos, han costado setenta muertos al menos, mientras en Turquía, tras las llamas, llegan las lluvias torrenciales, matando a más de una decena de personas. Y no, señor presidente, no saquemos pecho diciendo que en España este verano las cosas han ido mejor que en otros sitios: en cualquier momento algún imbécil o malvado, o el azar, pueden ocasionar una catástrofe, porque aquí, país improvisador donde los haya, tampoco se cumple esa máxima de que los incendios hay que comenzar a apagarlos en febrero, con la prevención.
Es entonces, ahora, cuando el calor, o más bien los efectos del calor cuando las administraciones no saben controlarlos, se convierte en trágica noticia. Hoy desgraciadamente lo es en muchas partes del mundo. Y por bastantes razones tenemos motivos para mirar aprensivamente cómo suben los termómetros este fin de semana vacacional, cuando los expertos nos dicen que, siendo relativamente ‘normales’ temperaturas de cuarenta grados en según qué ciudades en esta época, se están produciendo, por el cambio climático, otros fenómenos secundarios inéditos. Que resultan más difíciles de explicar aún al pueblo llano que la factura de la luz. Que ya es decir.