Las cosas se pueden ver de dos maneras: una, desanimándose porque el president de la Generalitat, Pere Aragonés, ‘plantó’ al Rey en la inauguración oficial del Mobile World Congress en Barcelona. Otra, animándose porque Aragonés sí estuvo sentado con el jefe del Estado en la cena posterior a esa inauguración.
Los medios, este lunes, se mostraban divididos al respecto; yo me quedo con la versión mayoritaria catalana, sin duda más optimista sobre el panorama de ‘conciliación’ que significaba esa fotografía del Monarca con el presidente autonómico catalán. Y con Pedro Sánchez y la alcaldesa de la Ciudad Condal, Ada Colau, sentados también en la misma mesa. Cosa que no deja de tener su relevancia. Porque, al final, a Sánchez, que será más o menos entusiasta respecto del futuro de la Monarquía, hay que reconocerle que está jugando un papel destacado de respaldo a la figura de Felipe VI, al tiempo que opaca la de su padre, Juan Carlos I.
La presencia, frecuente estos días, del Rey en tierras catalanas me parece fundamental: es obvia la frialdad con la que es acogido desde la Generalitat y el Govern autonómico, como es patente también la hostilidad abierta de los extremismos fanáticos de los CDR y la CUP. Pero quiero pensar que, pese a los estudios de opinión que vamos conociendo sobre un muestreo catalán (las opiniones públicas en Cataluña difieren sensiblemente de las del resto de España, donde el Rey goza de una popularidad muy superior a la de los políticos), Felipe VI es la baza principal para un mantenimiento de la dificilísima ‘conllevanza’. Esa orteguiana y tan traída y llevada ‘conllevanza’ en la que me parece que tanto Pedro Sánchez como el propio Aragonés -también quiero creerlo: este martes, en el encuentro en La Moncloa, lo comprobaremos- están comprometidos por su propio interés.
El independentismo escenifica el odio al Rey porque en la figura del titular de la Corona radica el principal escollo hacia la secesión y la constitución de una República Independiente de Catalunya. Por eso mismo, creo que cada día más el jefe del Estado español encontrará el respaldo de todos los catalanes -que son al menos la mitad_ que sienten un muy escaso entusiasmo y un temor muy grande ante la perspectiva, por lo demás imposible, de tener que marcharse de España.
Personalmente, y comprendo que el suyo es un papel desairado, tengo que agradecer a Felipe de Borbón los patentes esfuerzos que hace por aproximarse a la realidad catalana, que está mucho más cerca de lo que proclaman el Cercle de Economía, Foment del Treball, el Colegio de Abogados o el Mobile, que de las algaradas callejeras de un par de centenares de miembros de ese comité para la defensa de la República que cortan las vías o queman retratos de quien encarna al Estado, a todo el Estado