Ucrania, dos países en uno

El conflicto ucraniano vuelve a tomar fuerza. Kiev envió tanques, artillería y tropas a la región separatista del Donbass y Moscú le respondió acercando miles de soldados a la frontera.


Algunos creen que no va ocurrir nada. Por la sencilla razón de que el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, sabe que no tendrá ayuda del exterior, más allá de las buenas palabras, y que una acción militar directa sobre esa región podría ser el final definitivo para Ucrania como país.


También es verdad que hay analistas que piensan que cualquier cosa puede ocurrir, basándose en que desde el “Euromaidán” los políticos ucranianos han cometido un sinfín de errores y desatinos, empezando por construir en su imaginario un proyecto de nación imposible.


En su afán de llevar adelante esa idea empezaron por la “desrusificación” forzosa del país, declarándole la guerra a su propia historia y cultura que, les guste o no, forma parte del mundo ruso; aunque se dice que la rusofobia es debido a la presión de los radicales nacionalistas que campan a sus anchas por Kiev. Pero existen serias dudas sobre ello. En todo caso, en Ucrania hay dos sentimientos encontrados, uno pro-occidental y otro pro-ruso; siendo este último mayoritario en las regiones del este y del sur.


Hay que decir también que los radicales aparecieron hace algunos años y se inspiran en el ideario de Stepán Bandera, un personaje histórico de ideología nazi. Y aunque es cierto que son pocos, pero suficientes para condicionar la política del país.


Es verdad que Bandera fue encarcelado por los nazis en 1941, aunque no fue por discrepar de esa ideología, sino por otras cuestiones que no vienen al caso. Permaneció 3 años en prisión. Hasta que en 1944 lo pusieron en libertad para que sus seguidores lucharan contra el avance del Ejército Rojo.


La realidad es que su movimiento (Organización de Nacionalistas Ucranianos) fue acusado de la matanza de 100.000 civiles polacos en las regiones de Volinia y Galitzia. Aunque eso no fue obstáculo para que 68 años más tarde, en 2010, el presidente Viktor Yúshchenko lo “honrara”, otorgándole a título póstumo la condecoración de Héroe de Ucrania, levantando con ello las protestas en el Parlamento Europeo, ruso y polaco y también en algunas organizaciones judías.


La condecoración no duró mucho. Al poco tiempo el presidente siguiente, el pro-ruso Viktor Yanukovich, decidió “desbanderizar” esas cosas cancelando la distinción; casualmente lo hizo el mismo presidente que fue derribado con el apoyo de Bruselas en el 2014.


Dicen algunos que lo de Ucrania no tiene arreglo, asegurando que el origen de sus males deriva de la ineptitud de sus políticos que se dejan guiar por ciertas “promesas” occidentales a cambio de que le hagan la pascua a Moscú.


La otra realidad es que Ucrania, al haber pertenecido al Imperio Ruso y más tarde a la URSS, el nacionalismo ruso cree que le fue arrebatada a Rusia en un proceso artificial e ilegítimo, con lo cual continúa considerándola como un territorio de su espacio vital; algo parecido a lo que le sucedía a los alemanes de la RFA con respecto a la antigua RDA.


A menudo se habla de si Putin intervendrá o no en el Donbass. Dicen algunos que si se viera obligado a hacerlo –allí hay más de medio millón de habitantes que ya tienen la nacionalidad rusa– lo aprovecharía para ocupar todo el sur del país y que no se detendría hasta el río Dniéster.


En todo caso, la realidad ucraniana habla por sí sola. Desde el 2014 sus políticos perdieron Crimea y la región del Donbass; arruinaron la industria, que mayormente dependía del complejo militar-industrial ruso; destruyeron su rica agricultura, vendiendo grandes extensiones de tierras a multinacionales europeas; y perdieron miles de millones de euros por concepto de paso del gas ruso hacia Europa. El resultado fue la ruina económica y el caos político en el país.


Se dice que si Zelenski fuera realista e independiente tomando decisiones y pactara un acuerdo aceptable para Moscú, como podría ser la neutralidad política y militar, que es lo que más preocupa allí, quizá aun podría salvar algo. Porque la alternativa ni siquiera es salvar los muebles.

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