Algunos analistas (¿?) entienden que el voto del 26-J obedece a razones de estabilidad frente al riesgo del cambio, o lo que es lo mismo, al miedo. En todo caso, parece que no es el miedo a la corrupción, al latrocinio público masivo, a la pérdida de derechos sociales, a la precariedad laboral, a los sueldos indignos, al deterioro de la sanidad o educación públicas, o a la emigración de nuestros jóvenes lo que ha movido al voto, aun a pesar de que todos los partidos pierden, incluso el PP, porque si comparamos con los 186 diputados que tenía hasta diciembre, ha perdido nada menos que 49. Aún así el partido gobernante ha sido el más votado, porque seguramente los de la oposición no han sabido ofrecer alternativas confiables. Pero dicho esto, ¿a qué tienen miedo los ciudadanos? Si la corrupción, el juego sucio desde las instituciones, y la desigualdad crecientes, si la laminación constante del estado de bienestar no les causa suficiente miedo, ¿cuál es entonces la razón?