SECUNDINO RIVERA

Secundino Rivera (O Barqueiro, A Coruña, 1932) trae a la galería Arte Imagen el “color y la luz” de sus paisajes de aquende y allende el mar y a ellos traslada su pasión viajera, como las nubes blancas que se columpian en sus cielos. Él es, como tantos gallegos, un alma errante con raíces fuertes, aunque suene a paradoja; pero su errancia es la de ir y venir, como andariega y móvil es su pincelada, por los parajes que ama, para mostrarlos luego en toda su fuerza, sobre todo cuando pinta los ríspidos acantilados de su costa natal y se complace en mostrar los arañazos tremendos que sobre ellos ha dejado el tiempo.

¡El tiempo!, esa criatura errante por excelencia, esa móvil e inasible realidad que, como la luz, huye de continuo y que Secundino trata de seguir con sus libres y ondulantes pinceladas de trazo expresivo, e incluso a veces expresionista y con los que atrapa la movilidad del agua o la agitación de la flora o la majestuosa e imponente presencia de los montes, como los de la cordillera Ávila, a cuyos pies se cobija Caracas. Intuitivo por naturaleza, como buen Escorpio, se deja llevar por la impronta del instante, por la sugestiones de la luz y por sus tornasolados matices y sus luminiscencias cromáticas; entonces Esteiro, O Courel, Estaca de Bares, O Incio o su pueblo de O Barqueiro, entre otros muchos lugares, muestran sus esplendores de variados verdes, dorados, amarillos ocre, tierra tostada… y sus lejanías violáceas. A veces, se siente lo liminal, la raya de no pasar, como en su cuadro de Estaca de Bares y el horizonte desaparece llevado por la bruma blanca de las alturas. S. Rivera copiaba en la escuela estampas japonesas; luego, con trece años, fue cocinero, obrero en un aserradero, estuvo en la armada y, en el año 55, un barco de premonitorio nombre: Il Auriga, lo llevó a Venezuela, donde fue discípulo de Francisco San José, pintor de la Escuela de Vallecas; después vino Paris, el Louvre, Madrid y de nuevo Caracas y la aventura de hacerse fundidor y luego ya a partir de 1972, la mística entrega a la pintura, a la escultura, al dibujo, la comunión inalienable y emocionada con las formas que van naciendo del color, esas formas que fluyen- como él dice- y donde el alma recupera su libertad de pájaro; tal vez, por ello, entre sus esculturas están dos hermosos pájaros negros que, uno sobre otro, buscan el aire. Y ahora, como un Don Quijote redivivo, ha hecho su casa, para que su obra respire, en un molino de viento.

SECUNDINO RIVERA

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