Soy de letras, los números nunca fueron mi fuerte y reconozco que prefiero una frase con sujeto, verbo y predicado para explicar lo que acontece a mi alrededor. Pero a veces una debe rendirse a las evidencias. Las estadísticas son frías e impersonales pero pueden llegar a ser mucho más contundentes que las palabras. Esto acontece con las del Observatorio sobre la Violencia contra la Mujer del Consejo General del Poder Judicial. Me quedo con una cifra que me dejó sorprendida y preocupada. De todas las denuncias presentadas en el tercer trimestre del 2016, un total de 38.400, sólo 453 fueron denuncias de los familiares, es decir un 1,18%. ¿Cómo explicar que sean tan pocos los casos en que las familias directas de las víctimas opten por denunciar al agresor?
Caben dos explicaciones. la primera que el entorno más cercano no se entera de la violencia. La segunda es que, a pesar de saber del maltrato, prefiere callar. Aún estamos con el alma encogida por los asesinatos de las últimas semanas y constatamos que hay indicios previos. Casi siempre alguien sabe lo que acontece.
Hace sólo unas semanas el departamento de Igualdade de la Xunta de Galicia puso en marcha en colaboración con el Colegio de Administradores de Fincas de Galicia y con la Asociación española de auditores socio-laborales una campaña dirigida a denunciar la violencia machista, pero esta vez el objetivo no es concienciar a la propia víctima sino a su entorno, a sus vecinos, muchas veces testigos silenciosos de la brutalidad del agresor. De la misma manera que está enraizada en nuestra cultura que la función de la mujer es la crianza y la casa, también está en nuestra conciencia colectiva que lo que pasa de puertas para adentro “no es problema mío”. Pero hoy y ante la violencia sobre las mujeres esa frase sólo sirve para hacernos cómplices del maltrato.
Por ello esta campaña de “Prevención da violencia de xénero no entorno veciñal” es fundamental, porque hasta que no seamos conscientes de que debemos denunciar cuando oímos, vemos o sabemos que una mujer está sufriendo malos tratos, el lema de la “violencia de género es un asunto de todos” no será más que palabras que se lleva el viento.
No debemos responsabilizar de manera exclusiva a la mujer maltratada de denunciar a su torturador. También debemos asumir nuestra parte de responsabilidad, al menos en la denuncia. Callar y mirar para otro lado puede hacernos cómplices silenciosos de un crimen.
No puede ser posible que de las casi 40.000 denuncias sólo poco más de 400 sean del entorno de la víctima. El refranero popular es sabio: quien calla otorga.