Profesiones peligrosas

Siempre hubo profesiones arriesgadas. Por ejemplo, a este lado de Pedrafita, la de fogueteiro; no es que su vida estuviese en permanente peligro, pero alcanzar la edad de la jubilación sin haber perdido varios dedos constituía una quimera. Del otro lado de Pedrafita, las dos aficiones mayoritarias, los toros y el fútbol, sí que generaban un riesgo mortal: El matador hambriento de triunfos podía quedarse tirado en cualquier plaza a causa de una mala cornada y el delantero centro del equipo rival del Real Madrid estaba expuesto permanentemente a salir en camilla.  
Por el mundo adelante, suponía un auténtico compromiso dedicarse al espionaje en la Unión Soviética, tratar de evangelizar a las tribus de lo que antes se llamaba el África Negra o poner a la venta licor café en un país musulmán. Pero el mundo ha ido cambiando. La URSS cayó; los rebautizados como subsaharianos prefieren buscar alimento cruzando el Estrecho en patera, y los mahometanos se han vuelto, en general, más indulgentes con el alcohol. Los avances de la cirugía sirven para que los toreros y los delanteros centros que se enfrentan al Madrid estén como nuevos en dos días. E incluso los fuegos artificiales se disparan a distancia gracias a programas informáticos.
Ahora, las profesiones peligrosas son otras y dos destacan por encima de todas: político y banquero. Quienes se dedica a la primera conviven con la tentación continua que suponen las comisiones; si aceptan alguna –o algunas, que todo depende del importe– y se entera un juez, acceden a la condición de imputados. Por una tontería así, no dejan su escaño, pero los que antes les sonreían por la calle, pasan a señalarlos con el dedo.
Quienes eligen la segunda de esas profesiones de riesgo, la de banquero, es fácil que acaben también como imputados. En la buena época reparten dinero entre sus amigos –muchos de ellos políticos– como si fuesen filántropos que ayudaran desinteresadamente a los demás. Cuando la situación económica empeora, aflora su doblez e idean planes para que el dinero, en vez de salir del banco, entre a espuertas y a la hora de devolverlo solo haya que entregar una mínima parte.
Pero, al final, ni a los políticos ni a los banqueros les pasa nada; todo lo más la pérdida de los títulos honoríficos o de los doctorados honoris causa. Una tontería en comparación con las consecuencias a las que acarreaba ser fogueteiro, torero, delantero centro del equipo equivocado, espía en la URSS, misionero en la selva o dueño e una licorería cerca de La Meca. ¡Esos sí que eran hombres!

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