Fue el sabio benedictino Fray Martín Sarmiento, nacido de padres gallegos en Villafranca del Bierzo, el primer estudioso que trató del origen y ascendencia del singular pueblo maragato. Partiendo siempre de su nombre, Sarmiento sostiene que este pueblo o grupo étnico desciende “de aquellos mauritanos o cartagineses” que perseguidos por los romanos se refugiaron en las montañas de Astorga, recibiendo el nombre de “maurellos o mourellos”, que ya eran citados en el Concilio de Lugo.
A lo largo del tiempo se sucedieron otras teorías sobre su origen: desde autores que apuntaron su procedencia bretona hasta el prestigioso arabista Reinhardt Dozy que los hace descender de los bereberes afincados en Astorga. Mientras muchos estudiosos se inclinan a poner su origen en las montañas asturianas otros ligan su nombre a una evolución lingüística que desde “mauricapti” (moros cautivos) lleva a mara gatos. Incluso autores como Caro Baroja o Miner Otamendi los consideran una suerte de “pueblo maldito”, junto con los pasiegos santanderinos, los agotes navarros, los vaqueiros de alzada y los chuetas baleares.
Su lugar de asiento, la Maragatería (antes llamada La Somoza), es una amplia comarca leonesa de 500 km2, con capital en Astorga y con otras localidades conocidas como Castrillo de los Polvazares, Santa Catalina, Foncebadón o Rabanal del Camino, lugares en los que, antes de existir la actual autopista, los viajeros ocasionales solíamos parar para visitar su especial arquitectura, conocer sus peculiares costumbres y disfrutar de un cocido maragato. De esta zona son los conocidos mercaderes maragatos que desde el siglo XVII recorrieron los caminos de herradura del norte de España, singularmente entre Madrid y Galicia.
Estimados por su seguridad, honradez y profesionalidad tuvieron el reconocimiento de la Corona que los empleaba para trasladar el oro de Indias, recoger el dinero generado por los tributos e incluso trasladar los fondos necesarios para pagar los gastos de las obras y los haberes del personal destinado en el Arsenal de Ferrol. Sin embargo su tarea normal era llevar a Galicia el vino, los embutidos y los productos de la matanza, regresando luego a Castilla y de paso trasladar a Madrid pulpo, pescado, salazones y otros géneros.
Utilizando en sus viajes las antiguas vías romanas o algunos trayectos del Camino de Santiago, al principio eran conocidos como recueros, por utilizar recuas de mulas, y posteriormente como arrieros, cuando empezaron a emplear carros o carromatos conducidos por las propias mulas. Con la llegada del ferrocarril, en el siglo XIX prácticamente finalizó la arriería maragata, por lo que muchas familias de la Maragatería, dada su gran capacidad de adaptación, se hicieron comerciantes estables, apareciendo de esta forma como pescaderos en Madrid, como carniceros o panaderos en muchos lugares de la ruta que recorrían o dedicados al comercio en muchos lugares de Galicia, singularmente en Ferrol desde finales del siglo XIX.
Precisamente en Ferrol los maragatos se dedicaron principalmente al comercio de coloniales, pero también demantas, de materiales para la construcción y de vinos. Con un tradicional sentido de la familia y una cierta endogamia en sus relaciones fundaron una serie de establecimientos comerciales que están en la mente de muchos ferrolanos, dejando su sello de honrados emprendedores y serios trabajadores.
Muchos de estos comerciantes procedían de Castrillo de los Polvazares, donde se reúnen periódicamente los miembros de muchas familias maragatas.
En Ferrol quedan sus apellidos, tales como Botas, Fuertes, Alonso, Blanco, De la Fuente, Nistal, Salvadores, Ceniza, Girgado, Crespo, Moreno y otros más como recuerdo de su numerosa presencia en la ciudad. En esta ciudad de adoradores de todo lo que llega de fuera, esa abundante retahíla de revisteros ferroleños que escriben de lo divino, lo humano y lo diabólico, tienen aquí y ahora la ocasión de espabilar y estudiar la presencia de los maragatos en Ferrol, antes de que la no siempre justa memoria histórica los relegue al olvido.
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