Perplejidades

Los conceptos ciudadanos del mundo, de Europa y de España son anteriores a la globalización electrónica. Cuando inicié mis estudios de filosofía yo ya me sentía ciudadano universal. Y con el poeta Constantino Cavafis soñaba con viajar a Itaca, no para atesorar riqueza sino para tener experiencia y conocimiento. De ahí que me plantee si puede perderse la sabiduría de ser europeo –aun cuando sea un congrato político de tenderos y otros comerciantes espabilados– o negar mi idiosincrasia, respecto al alma hispánica, por la locura de cuatro iluminados que creen en el destino individual de las provincias vascas, catalanas y gallegas cambiando de raíz los estatutos autonómicos para que las partes predominen sobre el total de la tarta nacional.
Aquel respetado seny ha perdido el sentido común que describían La ciudad de los milagros, Gironella, Carmen Laforet, Ignacio Agusti...; opción pareja para los Pío Baroja y Unamuno, que defendían sus costumbres no romanizadas, pero se sentían indisolublemente unidos a la nación más antigua del Viejo Continente y sus quinientos años de vida, salvando también al primitivo estatuto gallego y la burla de su aprobación sin alcanzar el 25% del censo. Los hechos plantean perplejidades. El amor por la madre tierra no se discute. Como las vivencias comunes, los éxitos y los fracasos. Pasearse del brazo con Rodrigo Díaz de Vivar, El Quijote, Lázaro de Tomes, Velázquez, Goya, Picasso, Dalí. Sin olvidar a científicos o exquisitos técnicos celtas que escribieron las páginas más hermosas en el segundo idioma del orbe, Valle-Inclán, Cunqueiro, Cela, Torrente Ballester, sin olvidarnos de un tal escultor Mateo que en la catedral de Santiago nos dejó un Pórtico de la Gloria con hálito sobrenatural.
Pues así andamos preocupados con la dialéctica de estos tipos que amenazan nuestra convivencia de progreso y bienestar. Son los eternos enemigos empeñados en olvidar la Constitución de 1978.

 

 

Perplejidades

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