¿EL FIN DEL BIPARTIDISMO?

Algunos llevaban meses y hasta años profetizando la “bendición divina” del fin del bipartidismo en nuestro país, alegando que España necesitaba una diversidad partidista mayor que la existente, como expresión del pluralismo de la España moderna, maltratada por una grave crisis económica que comenzó en 2008, aunque el gobierno de turno la negase y renegase.  El fin de las mayorías absolutas y el fin del bipartidismo –decían los profetas– era la solución a todos los problemas de nuestro país. Pues bien, la realidad política que hoy atenaza España es el resultado de todo aquello. Es lo que lograron los profetas del fin del bipartidismo. Es lo que lograron esos poderes fácticos que concedían minutos,  horas y días en las parrillas de determinados canales de televisión a los salvadores de la patria, a los telepredicadores de la política actual, amenazada por la vieja política.  El bipartidismo imperfecto de nuestro país, otrora envidiado por muchos países vecinos, ha sido sustituido por un cuatripartidismo imposible que aboca a España a la ingobernabilidad más absoluta,y al chantaje político de las minorías de la izquierda radical y del independentismo más ultra. Y la consecuencia inmediata es esto que hoy estamos viviendo, la imposibilidad aritmética de conformar gobierno. La ingobernabilidad y la inestabilidad política se han instalado en nuestro pais, y desde luego, es culpa de todos. Del PP, del PSOE, y de la nueva-vieja política representada por Ciudadanos, Podemos y quienes les apoyan. Una ingobernabilidad e inestabilidad que no solo amenaza con el bloqueo institucional de España, sino que también está presente en las ciudades gobernadas por Podemos, o sus marcas blancas. Ciudades sumidas  todas ellas en la parálisis, ciudades sin presupuestos aprobados, y por lo tanto, sin planes de futuro. Ciudades sumidas en la improvisación y en el desgobierno, como ocurre en Ferrol, en A Coruña o en Santiago, donde los gestos han sustituido a la gestión y donde lo vacuo y la irrelevancia política ocupa el lugar central en los despachos de los alcaldes. Por eso, y a la vista de los resultados, los que proclamaban el fin del bipartidismo y lo dañino de las mayorías absolutas, pronto tendrán que tragarse sus argumentos y reconocer que por ese camino, el del populismo y la alaraca, no se va a ninguna parte, y que quizás el bipartidismo era sinónimo de estabilidad política e institucional, y por tanto, de crecimiento económico y de creación de empleo.

¿EL FIN DEL BIPARTIDISMO?

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