Vamos a dejar las cosas claras. Con algunos matices, los antidisturbios son los agentes represores en la democracia, como antes en el franquismo. Están entrenados para atizar a dos alturas: de cintura para abajo, y de cintura para arriba. Llevan cascos, protecciones corporales, “tolete” reglamentario, armas de fuego, y en sus actuaciones cuentan con la protección, disculpa y justificación, de los ministros del Interior y otros políticos de baja esfera. Los manifestantes, su razón de ser, no cuentan con entrenamiento, armas, ni amigos en el Ministerio del Interior.
Cuando a los antidisturbios “se les va el tolete”, siempre se escuchan las mismas chorradas de sus mandos “hay infiltrados violentos entre los manifestantes, grupos entrenados, no somos violentos, la respuesta fue proporcionada, si hubo extralimitaciones se investigarán” etc. Pocas frases y mucha mierda. Eso ya lo conocemos de siempre, menos en el franquismo, que no decían nada: atizaban, disparaban y a joderse. Pero el hecho central es que, las protestas del pueblo, sean por lo que sea, se reprimen siempre.
No sé si saben lo que duele “un toletazo de grado medio” en las piernas, por ejemplo. Yo se lo diré con claridad: duele un huevo y la yema del otro; pero si te lo atizan en la cabeza, te puede liquidar. Elegir atizarte en un lugar o el otro, es prerrogativa de unos funcionarios, en teoría “públicos”, entrenados para atizar. Su lema podría ser: atiza, que algo queda.