Valores y sociedad

Lo peor de todo lo que está sucediendo no es la crisis económica en sí misma, que también, sino la crisis de valores que estamos atravesando; o mejor dicho, la ausencia de ellos. Los valores son necesarios para la sobrevivencia de cualquier civilización, puesto que sin ellos las relaciones humanas se convierten en una especie de safari africano.

Desde hace tiempo se ha instalado en nuestra sociedad un tipo de pensamiento nefasto: todo es válido y legítimo para conseguir los objetivos personales. Esta manera de pensar nos está conduciendo a un mundo insolidario, desaprensivo y brutal.

Hoy todo gira en torno a cómo conseguir cosas. Todo se mira desde una perspectiva cosificada, incluidas las personas.

El éxito está asociado directamente con la palabra “tener”. El valor de las personas, digamos el “ser”, está siendo irrelevante en el contexto social en que nos movemos.

Además, todo es efímero, incluidas las relaciones personales, las cuales se han convertido en algo interesado y egoísta. Desechable de usar y tirar.

Se habla constantemente de competir. Pero no de hacerlo honestamente, como debería ser, sino utilizando todo tipo de argucias y triquiñuelas para destrozar al oponente. La televisión forma parte de este terrible cambio cultural, puesto que desde hace tiempo parece ser que su misión es construir una sociedad amoral. El mensaje que envía a los jóvenes –y a la sociedad en general– es que para lograr el éxito hay que ir pisando cabezas; que el humanismo es cosa del pasado y que, además, está caduco y trasnochado; que nadie debe confiar en nadie, puesto que todas las personas tienen un precio; y que todo el mundo está intentando engañar a todo el mundo.

En definitiva, que no merece la pena ayudar al prójimo, puesto que si ese prójimo ha caído en desgracia es porque no hizo lo suficiente para superar las adversidades. El mensaje es claro: no debemos preocuparnos por su suerte, ni tener problemas de conciencia. Es la nueva realidad anticristiana.

En realidad, los medios de hoy en día cumplen una función rupturista. En los programas de televisión, incluidos los noticieros, se está intentado romper la escala de valores heredada, muchos de esos valores ni siquiera están relacionados con la religión.

No debemos olvidar que los valores son la síntesis de una civilización y no el resultado de una religión concreta. Algunos elucubran teorías conspirativas. Pero no creemos que en esta ruptura exista tal conspiración. Sucede que las fuerzas económicas, combinadas con los avances científicos, se han desarrollado de tal manera en este mundo globalizado que han liberado unas fuerzas que están barriendo con todos los valores tradicionales, aquellos que nos han enseñado en la escuela y en nuestro entorno familiar más cercano. Hasta el punto que se está construyendo una sociedad vacía de todo contenido ético y moral. Se está construyendo un individuo que –haga lo que haga– no se sienta culpable de nada. Toda esta línea de pensamiento se ha trasladado al campo de la psicología social y también de la clínica, puesto que se está utilizando esta ciencia para dejar sin castigo al culpable, alegando que si el presunto actuó en la manera que lo hizo, fue debido a un trauma familiar ocurrido en su infancia. Con lo cual, se está extirpando del subconsciente del individuo –y también del colectivo– todo aquello que en lenguaje coloquial llamaríamos remordimiento de conciencia o sentido de culpabilidad.

Por consiguiente, cuando se libera al individuo de todo sentido de culpa, todos sus actos –por muy terribles y reprobables que sean– no le dejarán secuelas psicológicas de ninguna clase.

Y esta es la dinámica psicosocial que se está desarrollando en nuestra sociedad desde hace algunos años. El mensaje que se le envía, es que nadie es responsable de sus actos, por lo tanto, tampoco es culpable de nada.

En todo caso, el miedo y la desconfianza están rigiendo nuestras vidas. Son el común denominador. Es una guerra total de todos contra todos. Y es, sin duda, una consecuencia de la flagrante ausencia de valores.

 

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