Dime neno, dijo Manolo entre sorbos de café, ¿a ti que te gustaría ser: rey o un pelanas? –Salta a la vista Manolo, le dije. –Pues a mí también, respondió. –Porque, vamos a ver, amplió el tema Manolo. Un rey hace lo que le sale de la punta del cetro con sus ahorrillos, sin dar explicaciones a nadie. Pero si sólo fueras presidente de una república, por ejemplo, tendrías que hacerlo. Por eso, por mi parte; al rey, que le den: informaciones reservadas, de inversión, de ahorro, o de lo que sea. Cuanto más le den: mejor; no vaya a ser que, cuando tenga unos ahorrillos para la “jubiabdicación”, se atope preferentes o subordinadas y la cague, como nos pasou a nos. ¿Me extiendes, neno? –Sí Manolo, no te voy a extender, dije, por decirle algo. Pero Manolo aun tenía más. -Mira neno, ¿a ti que te gustaría ser: un rey pobre, o ricachón? –Ricachón Manolo, ricachón, afirmé. -¡Pues entonces, coño! dijo Manolo.