La imagen de la niña de 8 años postrada en la cama del hospital después de ser pateada por una docena de “compas” tiene tal fuerza expresiva que, parafraseando a McLuhan, vale más que todas las palabras. Sucedió en Baleares, pero podía haber ocurrido en Galicia, donde hay 6.200 escolares que sufren acoso en la escuela en forma de violencia física o psíquica, insultos, vejaciones, amenazas y calumnias. Otros 2.200 estudiantes se reconocen acosadores.
¿A quién responsabilizamos de que un grupo de niños reaccione de forma salvaje “pateando” a una pequeña de 8 años? En un contexto educativo hay dos elementos clave. El primero lo forman los centros escolares con sus profesores que saben que el acoso es una anomalía frecuente y adoptan medidas para prevenirlo, detectarlo y combatirlo. Formar al profesorado y potenciar la figura de los mediadores de estos conflictos que implican a los estudiantes y funcionan con éxito en varios centros, son algunas medidas que van en la buena dirección.
Pero en la educación el papel más relevante corresponde a la familia y en este caso las familias de los menores que agredieron a la niña fallaron y, además de la responsabilidad civil por el daño causado por sus hijos, tienen su cuota de culpa en su comportamiento violento y asilvestrado. No supieron educarlos en el respeto y la tolerancia, valores necesarios para convivir en grupo.
Hay quien quiere explicar este y otros fallos educativos de los padres por la complejidad de la vida o las dificultades para conciliar, que tampoco serían eximentes de su responsabilidad. Otra explicación a esta dejación de funciones es la tendencia dominante que el profesor Benito Arruñada llama “falacias pedagógicas”, como son la visión negativa de todo castigo, la moda de educar en el disfrute; la marginación del esfuerzo y el pensar que la responsabilidad educativa es principalmente social y, por tanto, ajena a la familia.
En muchos países, dice el experto en educación Richar Gerver, los padres creen que pueden dejar a sus hijos a los cinco años en la puerta del colegio y recogerlos educados a los 18. Por eso se comportan con ellos como colegas “permisivos” y pierden su autoridad por un mal entendido cariño paterno que, en palabras del pedagogo Gregorio Luri, no está reñido con la exigencia y el rigor.
La cultura de responsabilizar a los otros –al sistema, al colegio, a la sociedad– de la mala educación y de otros problemas hace años que está instalada entre nosotros.