Que la lengua es un organismo vivo y en constante mutación es una evidencia que no necesita mayores explicaciones. Por eso no hablamos latín. Y que la lengua se fabrica fuera de las academias tampoco hace falta documentarlo.
La nuestra, la RAE, nació 700 años después de que algunos hispanos malhablantes decidieran ir adecuando la lengua del imperio hasta crear otra distinta cuya expansión no se hubieran atrevido a soñar los césares. En el siglo XVIII, los académicos sólo recogieron y organizaron aquel inmenso tesoro y establecieron un primer manual de instrucciones. Y desde entonces la institución ha publicado 23 ediciones de su diccionario y un puñado de gramáticas y ortografías que han ido actualizando aquel primer manual.
Pero durante tres siglos, el diccionario en papel sufría necrosis y carencias porque el ritmo de su impresión no podía alcanzar la velocidad de los cambios.
La era digital ha permitido llevar ese diccionario a la red y actualizarlo con una regularidad que se aproxima a los tiempos y ritmos con los que va mutando la lengua. Ayer conocimos las nuevas incorporaciones que los académicos han aprobado, más de 2500 nuevos términos entre los que destacan la familia de palabras que han llegado con la pandemia. Entra COVID, así con mayúsculas, contradiciendo sus propias normas sobre la ortografía de los acrónimos. Por qué COVID frente a sida será una duda que tendrá que explicar la RAE. Por el contrario, se resuelve la discusión sobre el género de esta palabra: puede ser femenino (por disease, enfermedad en inglés) o masculino (por síndrome). Se define la palabra coronavirus y se incluyen los verbos cuarentenar, cuarentenear y encuarentenar, sin que se recoja otra variante lógica, ya puestos, como encuarentenear. La palabra confinamiento añade una nueva acepción y se incluye con normalidad su evidente antónimo: desconfinamiento. Como se incluye también desescalada, que muchos puristas consideraban innecesaria teniendo otros términos como bajada o descenso.
En fin, han llegado estos términos pandémicos al diccionario antes que la vacuna a nuestros centros de salud. Y esa es una buena noticia. Seguro que la elección de las incorporaciones o el olvido de otras suscitará vivos debates. Y eso también es una buena noticia. En todo caso, el diccionario no obliga a emplear las palabras que recoge como tampoco puede proscribir las que los hablantes usan en la calle sin haber recibido aún la bendición académica. El diccionario está lleno de palabras que en su día fueron considerados palabros y acabaron siendo norma. Y el cementerio de la lengua, lleno de términos que en otros tiempos nombraron modernidades que caducaron con el paso del tiempo.