Hace unos días pude leer en un diario del que soy suscriptor lo que entendí como un entrañable intento de insuflar ánimos a una ciudadanía desnortada, apática y triste. Con un alarde gráfico y tipográfico encomiable se hacía una relación de las virtudes, logros y esperanzas del país. Unos dardos expresados sucintamente, pero de manera muy precisa y que nos ilustraban acerca de lo que, a juicio de ese periódico, es España. Una historia densa y extensa (y monolítica). Un país de récords, de grandes literatos, artistas, científicos... Ahítos de premios Nobel. Una potencia cultural con un idioma (el único, al parecer) hablado por millones de personas en todo el mundo y cuya expansión es imparable; una lengua que aporta el 15% del PIB nacional.
Apunta candorosomente el diario que España es único país europeo cuyo territorio permanece idéntico desde 1492 (Gibraltar queda esta vez pudorosa y convenientemente omitido). Conocemos además, que su familia real es la más antigua de Europa. Ahí es nada.
Esponjados de satisfacción por esto y todo lo demás, sabemos también que los españoles construyen el 40% de las grandes infraestructuras del mundo; que cierta compañía ofrece soluciones tecnológicas a 128 países y que otras de telefonía y de petróleo se meriendan todo el pastel; los bancos son la repanocha, las empresas textiles son la leche, las lácteas, paño de calidad; los sectores automotriz y aeronáutico, la caraba. A los médicos se los rifan por ahí adelante. Los españoles son los más listos, más cultos, guapos y solidarios... Y, sobre todo, ases del deporte. Todo es deporte. Por la mañana, por la tarde, por la noche. En fútbol, campeones del mundo y de Europa. En tenis, para qué hablar. Natación, motociclismo, automovilismo, ciclismo y demás ismos, canela fina. Hasta Dios es, de hecho, español. En resumen, una potencia.
Lo que no se entiende es que en esa Arcadia feliz haya seis millones de parados, mientras legiones de corruptos hacen de ese presunto Edén una república bananera aquende el Atlántico. No cuadra tanto ERE y tanta suspensión de pagos mientras se alardea de bancos superlativos. Es difícil tragarse lo de esas empresas de animoso estilo “blitzkrieg” cuando miles de personas cogen el hatillo para buscarse la vida en otros pagos. Abrasados a impuestos, los que aún pueden llevar un sueldo a sus casas tienen que aguantar cohortes de aprovechados y soportar a una banda de incompetentes gobernándoles. Nada, que no me van a convencer a estas alturas. Llevan años aleccionándonos sobre lo que es España: una inmensa fonda, tipos vestidos de mamarrachos maltratando animales, individuos pegando alaridos aljamiados y capullos celebrando un éxito deportivo con banderas estampadas con el torito de los huevos vociferando “yo soy español, español español...”.