Hoy los estados y las élites financieras disponen de sofisticados medios para ejercer el control social. Y lo ejercen de muchas maneras, sobre todo haciendo uso de las nuevas tecnologías; estas herramientas se han convertido en instrumentos poderosos.
Dentro del control social existen las acciones formales (leyes, sanciones, legislaciones, etc.) y las acciones informales (medios de comunicación, normas morales, religión, fútbol, educación, etc.).
Desde luego, las más influyentes en la sociedad son las informales. De hecho son un factor decisivo a la hora de instalar cierto tipo de “valores” patrocinados por los grupos de poder. Para ello se utilizan los grandes emporios mediáticos. En realidad, son ellos los que fabrican la “manera de pensar” de la sociedad. Utilizan “operaciones” psicológico-mediáticas para cambiar puntos de vista y doblegar voluntades. Incluso en algunos temas usan la técnica de la “ventana” de Overton para que la sociedad acepte lo que en un momento dado era inaceptable.
Algunos medios actúan como “unidades militares”, pero sin balas ni uniformes; los soldados han sido sustituidos por periodistas y el territorio a conquistar es el cerebro humano. ¿Objetivo? Colonizarlo con ideas que favorezcan a los poderes.
Sin duda, el poder utiliza diferentes mecanismos para ejercer el control sobre la población; hasta los cursos de formación, con el supuesto “objetivo” de buscar empleo, son un arma de control.
Es obvio que en una sociedad, donde apenas existen ofertas laborales, tales cursos no sirven para nada; son instrumentos que se utilizan para crear falsas expectativas a la legión de parados. Así estarán más tranquilos, con lo cual serán más dóciles. Mientras estén haciendo cursos no pensarán en cambiar el régimen ni el sistema político.
En España, además, se utiliza la inmigración subsahariana como arma. Se produce un “exceso de cobertura mediática a los sucesos que ocurren en Ceuta y Melilla cuando los inmigrantes intentan saltar las alambradas. Y eso no es por casualidad. En todo ello hay un mensaje subliminal hacia los parados. Como diciéndoles: mirad, sois unos “privilegiados” por estar viviendo en Europa. Los poderes –a través de los medios– son capaces de convertir el dolor ajeno en propaganda para consumo interno.
En realidad, el objetivo de los grandes medios es crear los llamados “estados de opinión”. El problema radica en que dichos estados son creados a partir de la desinformación.
Algunos periodistas –básicamente los que defienden al establishment– critican que se hagan leyes para regular los medios, alegando que es un atentado a la libertad de expresión. Pero no dicen que son los banqueros y los grupos financieros los dueños de los grandes medios. Por lo tanto, en esas circunstancias los estados de opinión tienen el valor que tienen.
La cuestión es grave, pues nos enfrentamos a una dictadura encubierta que utiliza los medios para transformar el pensamiento de los ciudadanos.
La crisis que estamos viviendo en la zona euro es galopante, sobre todo en los países del sur; sin embargo, hasta ahora no hubo grandes protestas, ni movimientos en los cuales el poder se sintiera incómodo o corriera algún tipo de peligro. ¿Por qué? ¿Por qué mejoraron las economías? No. Es debido al control social. Dicho control es ejercido incluso a través de los sindicatos (¡quién lo iba a decir!). Ellos están sirviendo como “concertina” social para frenar una posible insurrección. Tratan que las protestas sean por colectivos, lo cual es una manera de dividir y subdividir al mundo del trabajo. Y esa es la idea de los poderes.
Los poderes siempre han tratado de ejercer el control sobre los ciudadanos. Sucede que ahora tienen en sus manos muchos más recursos tecnológicos que pudieron haber soñado nunca.
Si el Imperio Romano hubiera poseído sólo una tercera parte de los medios actuales, seguramente hubiera perdurado al menos mil años más. Los romanos utilizaban sus circos y otras fiestas como herramientas de control social. Y las cosas no han cambiado mucho desde aquellos tiempos. Cambiaron los medios, pero no las intenciones.