Si te obligaran a tener por esperanza la esperanza, acabarías por desesperarte, hastiado de ella. Esto que afirmo parece un razonamiento opuesto al natural discurrir de las ideas. ¿Si tenemos esperanza por qué habríamos de desesperanzarnos?, nos interrogamos afirmando con vocación de seres razonables, lo que somos, aún sin razón que la sustente. Pero es así, contra esa razón, digo, como funciona este aserto, porque es insoportable tener por esperanza la esperanza, estar esperanzados todos los días de nuestra existencia, tener esperanza en todo y en todos, también en nosotros y en los otros, no creer ni en ellos ni en nosotros, desconfiar de ellos y de nosotros, odiarlos y aborrecerlos y aún así, tenerlos por esperanza, y lo que es aún peor obligarlos a que nos reconozcan como su esperanza. Al igual ocurre con las cosas que nos sirven o cercan, no todas son necesarias o queridas a nuestro corazón a pesar de su utilidad y, sin embargo, hemos de sentirlas y usarlas con esperanza. Tampoco escapan a esta maldición los sueños, ellos también cuentan y se encuentran entre las filas de las esperanzas para vivir esperanzados.
La esperanza es una sanidad cobarde, para cobardes, hay que vivir desesperanzados para ser en esa aspereza rebeldes y osados en todos los actos de nuestras vidas y también en la esperanza, porque una cosa es esperar y desesperar y otra muy distinta es esperar algo del desespero de la esperanza.