La caridad es una virtud; la solidaridad, un deber ético y social. La caridad, tanto en el diccionario de la Lengua, como para la iglesia católica, es la virtud teologal por la cual se ama a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. La caridad, desde el punto de vista cristiano, no se dirige directamente a las personas sino a través y por mediación de Dios. La caridad es una obra de misericordia que se hace a favor de los demás para agradar a Dios. Con la caridad se consigue que un solo acto produzca un doble efecto: material y espiritual; esto es, se remedia una necesidad y se agrada a Dios.
La solidaridad, en cambio, es reconocer en los demás su propia dignidad personal y hacernos partícipes de sus miserias y necesidades. La solidaridad no persigue ningún beneficio propio material ni espiritual. En este sentido, la solidaridad es altruista y humanitaria. La solidaridad es sentir con nuestros semejantes sus necesidades y mostrarles y demostrarles nuestro apoyo, ayuda y auxilio. La solidaridad es, socialmente, la disposición a favorecer o entregarse a los demás para todo lo que les sea bueno. Se trata de un sentimiento para compartir con los demás y hacerles más llevaderas sus desgracias, vicisitudes y necesidades.
Por eso, ese sentimiento y disposición de ánimo se refuerzan en situaciones de crisis o dificultades, que agravan el sufrimiento de las personas más vulnerables. La solidaridad no es misericordia, ni compasión; tampoco es filantropía. Es la convicción de que nada de lo humano nos es ajeno, como decía Terencio, y que, si la adversidad arrecia, mayor debe ser el deber de colaboración y ayuda mutua entre las personas y, especialmente, para con los más débiles.
La solidaridad más que basarse en el amor a nuestros “semejantes” que parece destacar solamente el aspecto morfológico, común a todas las personas, debe elevarse a su condición de almas gemelas o, como dice el poeta, “compañeros del alma”. La solidaridad con los más pobres no puede ser sólo un capricho o una dádiva en momentos de bonanza. Ayudar a los que sufren, con una visión global, es un deber ético que tenemos como sociedad. El primero en usar la solidaridad como principio y no como virtud moral fue, precisamente, el papa Pío XII en su radiomensaje de Navidad del 24 de diciembre de 1952. Si sólo se reconoce la caridad como virtud y no como una exigencia de justicia social, se incurre en una falta de solidaridad imperdonable.