La vida es sueño

calderón de la Barca en estado puro. La dialéctica del destino frente a la tragedia de la libertad. El dístico arrojado sobre las tablas del escenario por Segismundo: “Pues el delito mayor/ del hombre es haber nacido”. Después de todo la vida es un tiempo onírico que se inicia con el nacimiento y concluye con la muerte. Por eso Shakespeare con el “ser o no ser” de Hamlet plantea la pregunta del que ya es, a prosteriori, mientras Calderón aludirá a la vida como “un frenesí, una sombra, una ficción/ Que el mayor bien es pequeño/ Que toda la vida en dos representaciones con foros totales, correspondiente al ciclo principal en el Rosalía, “La vida es sueño” a cargo de una responsable compañía El Temple que disecciona la criatura humana, sus actos, el deseo carnal, el poder y la real irrealidad.
Un aciago rey polaco Basilio, amigo de la astrología y la predestinación, encierra a su hijo Segismundo en una torre y lo malforma en el despotismo y la crueldad. Los acontecimientos demostrarán su equivocación cuando el príncipe recupera el trono, gobierna con justicia y es aclamado rey por sus súbditos. Una extraordinaria obra maestra que todavía nos sigue atrapando. Sencilla escenografía con oscuros laterales, telón astral, cuerdas terminadas en esposas, bancos, artilugios, trono y fondo cambiante crean ese mundo intimista, intelectual, guardador de pesares y gozos, que definen a Calderón como “hombre de silencio”.
Deuda satisfecha con creces por el elenco maño. Versificación cuidada, eufónica, bien fraseada. Movimiento gestual convincente. Bailes acompañados por instrumentos de viento y percusión. Excelentes dramaturgia, música, iluminación, vestuario, máscaras bajo la dirección de un acertadísimo Carlos Martín. Un reparto en consonancia a la plenitud del éxito: José Luis Esteban, Yesuf Bazaán, Félix Martín, Minerva Arbués, Francisco Fraguas, Encarni Corrrales, Alfonso Palomares y Gonzalo Alonso.

La vida es sueño

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