atendiendo pues a la propensión de los españoles que se alimentan de Gloria, que no es económica, y que al paso que no les conviene mucha libertad, sienten con exceso la opresión que no sea moderada, y el trato que no sea decente, se discurrió en que de los Establecimientos de aquellas dos extranjeras Naciones (se refería a Francia y a Inglaterra), y de las circunstancias que militan en esta se hiciese un conjunto que resultando del contexto de todas tres entre si fuese un tercero, aceptable al genio de los españoles, corrigiendo los defectos que fomenta la naturaleza con un instituto que por sí mismo lo estimulase a adquirir la virtud de la Ciencias y la Gloria […]”.
Como bien dijo Diego Ortiz de Zúñiga, la ventaja de leer “las escrituras antiguas, cuando hay paciencia para leerlas, que es menester no poca” es que descubrimos estas (si se me permite la expresión) “perlas” filosóficas que a pesar del tiempo transcurrido tienen plena vigencia en los tiempos actuales.
El autor de la cita es el intendente a José Patiño y Rosales, secretario (hoy diríamos ministro) de Marina en aquel momento, que en una carta que le escribió a Andrés del Pez en 1720, y que se encuentra depositada en el Archivo del Museo Naval de Madrid (manuscrito número 580), se expresó en aquellos términos, cuando intentaba implantar en España una Academia de Guardiamarinas.
Otro personaje ilustre de la historia de la Armada, y que al igual que Patiño entendía bien sus necesidades, implantó, tomando lo bueno del sistema de español de José Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga y del inglés, un nuevo método de construcción naval. Me refiero, claro, al marino y sabio Jorge Juan Santacilia. Del éxito de la combinación de ambos lo prueba el hecho de que los doce buques (excluyendo a los apresados por el enemigo) que se construyeron en Esteiro y que se conocieron (por razones obvias) por el “Apostolado”, tuvieron una vida media de 46 años, siendo el navío “Guerrero” el que batió todos los records de longevidad, pues estuvo en servicio hasta 1844.
En un país en el que tanto estamos acostumbrados a los extremos, quizás no nos vendría mal tener en cuenta estos dos ejemplos, que se podrían aplicar a casi todos los ámbitos de la vida, y sobre todo de la política.
En unos tiempos donde ejercer la oposición es oponerse a todo, y donde parece que importa poco lo mejor para los ciudadanos, la filosofía de gobierno ha quedado reducida al espíritu del “vete tú que me pongo yo”. Así le va a la nación, huérfana de estadistas y llena de eunucos intelectuales…sobreviviremos, sí, pero, ¿a qué precio?