Popper y el relativismo

En su obra “El yo y su cerebro”, de 1977, se recogen en la tercera parte los diálogos que Popper y Eccles –premio Nobel de neurofisiología– mantuvieron en 1974 en Villa Serbelloni. 
Pues bien, al concluir su diálogo con Eccles, Popper nos dice: “pienso que he de hablar por ambos al decir que, a pesar de estar en desacuerdo, tomamos en serio y respetamos nuestras respectivas opiniones sobre la materia. Creo que ambos nos alzaríamos en contra de la falta de respeto hacia la actitud de alguien acerca de estas importantísimas cuestiones”. 
  Para lo que ahora interesa, resulta que  Popper, en la primera parte de su famoso libro “La sociedad abierta y sus enemigos” sostiene, sorprendentemente, que los que deforman la verdad no pueden ser demócratas. 
En este punto Popper es de los que piensa que democracia y relativismo son dos caras de la misma moneda. 
Sin embargo, cuando la democracia es relativista, lo que pasa, sólo basta con asomarse al mundo en que vivimos, es que se degrada el valor de la persona humana. Se elimina toda posibilidad de transcendencia, e incluso molesta que haya personas verdaderamente coherentes y comprometidas. ¿Por qué? 
Porque el relativismo y el permisivismo moral aspiran a tener vocación de generalidad, de forma que toda actitud contraria molesta y debe ser atacada. 
Si no se admite la transcendencia, se “trascendentalizan” los principios de la libre convivencia y lo que se desea de verdad es que dirijan la sociedad los grandes de este momento: el dinero, el triunfo, el sexo... 
De esta manera, se tiene “secuestrada” a toda una importante mayoría de la sociedad, a la que se promete la salvación “mundana” a cambio de rendirse a una vida “sin esfuerzo” y “sin pensamiento”. 
Prohibido pensar, prohibido esforzarse y prohibido comprometerse, como no sea con el relativismo y el permisivismo. Estas son algunas de las consecuencias de un planteamiento que ni quiere oír hablar de la verdad ni quiere oír hablar de compromiso. 
 

Popper y el relativismo

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