Con frecuencia uno escucha decir que en internet se pueden buscar noticias fiables, objetivas, sin ataduras a intereses espurios.
Es cierto que en esa red hay noticias que no están contaminadas ni por la política ni la geopolítica, que se pueden encontrar buenos análisis de la actualidad mundial. Pero también circula por ella gran cantidad de bazofia disfrazada de información con el objeto de caldear los ambientes políticos, creando rumores o noticias que no se ajustan a la verdad; en España abundan.
Aunque la calumnia no es nueva ni de ahora, es tan viaja como la historia del hombre, pues incluso es probable que ya en el Neolítico existieran lenguas viperinas dedicadas al pasatiempo del chisme. Pero como decíamos, no todos los periódicos digitales son fiables. Aunque algunos aparezcan como independientes no lo son en realidad. Al leerlos uno enseguida nota el tufillo del amo para el que trabajan.
Pero no vamos a centrarnos en ellos, sino en la desinformación como norma general de estos tiempos, mencionada por este servidor en otros artículos. Hoy todo es manipulable, porque, además, no existen límites éticos para no hacerlo. El código deontológico dentro del periodismo es cosa del pasado, sobre todo de aquellos que están al servicio de los partidos o poderes fácticos siguiendo la máxima de difama que algo queda.
Por lo tanto, el sentido común nos dicta que para curarse en salud es bueno desconfiar de esos cronistas que tienen a su disposición un ejército de informantes dentro de los organismos oficiales, porque siempre les están “filtrando” algo. Llegando uno a la conclusión de que si es verdad que tienen tantos a su servicio, entonces la sociedad está mucho peor de lo que imaginábamos.
Mucha de la información que nos proporcionan algunos de esos “linces” de la noticia debe ser cogida con pinzas, empezando porque con frecuencia las pruebas que aportan no están siquiera sustanciadas debidamente, algunas incluso no pasan del rumor o la simple especulación, con lo cual complica las cosas a los ciudadanos para que éstos puedan formarse una opinión certera.
Lo que hace ese engaño es promover cambios en la opinión de la gente acerca de un problema determinado. Así que, hay que ser casi un analista en potencia para poder descubrir dónde está la manipulación. Y todo hay que decirlo, la mayoría de la gente no cumple tal requisito, es decir, no está preparara para detectarla. A no ser, claro, que el engaño sea demasiado obvio, chapucero.
Ciertamente, las nuevas tecnologías nos han traído muchas ventajas, pero también alguna desventaja, puesto que multiplicaron la posibilidad de engañar, manipular y engatusar, en suma, la de preparar montajes casi a la carta o a gusto del poder.
Tan es así, que los filibusteros de la desinformación son capaces de reformatear parte de la realidad. Lo que significa que las noticias son “tratadas” para producir un impacto emocional y psicológico fuerte y así cambiar la interpretación de los hechos. Y aquí volvemos a lo que decía Göbbels, aquel siniestro ministro nazi de la propaganda, de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Lo más lamentable es que algunos en España están aplicando esa “técnica”.
Pero estamos viviendo en un mundo en el cual lo importante son los resultados. Todo depende de ellos, hasta el puesto de trabajo. El medio para conseguirlos es irrelevante. Lo terrible es que todo eso no solo fue trasladado al campo de la información, sino a todos los ámbitos sociales.
Hoy existe patente de corso para falsificar incluso la historia. Y si no que se lo pregunten a las élites gobernantes polacas que hace unos días, celebrando el 75 aniversario de liberación de Auschwitz, omitieron que fue liberado por el Ejército Rojo en febrero de 1945. Eso es lo mismo que si a alguien en Normandía se le ocurriera silenciar el desembarco norteamericano. Un disparate.
Pero así están las cosas. No es fácil descubrir lo que se esconde detrás de cada titular o aquelarre mediático. No es fácil.