En principio, conviene distinguir entre el temor y el miedo. Ambas son dos sensaciones dolorosas que afectan al ánimo de las personas, provocando en ellas graves estados de angustia, ansiedad, preocupación, disgusto o desasosiego.
El miedo, según el Diccionario de la Lengua es la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. En el miedo, el daño que preocupa y asusta al hombre es el que conoce por sus efectos y consecuencias. El hombre tiene miedo a los terremotos, maremotos o a cualquier otro desastre natural; y también a las enfermedades, epidemias y guerras o conflictos violentos que enfrentan a la humanidad. En estos y en otros casos semejantes, el miedo existe porque el hombre los ha sufrido o porque tuvo conocimiento de las tragedias y calamidades que producen. Esta circunstancia puede también darse en relación con algunas experiencias sociales o políticas de nefastas consecuencias. El temor no es lo mismo; es el miedo a lo desconocido, al riesgo o daño del que se recela o sospecha, pero cuya causa se desconoce, así como sus consecuencias. Por eso se habla de “temor de Dios” y no de “miedo de Dios”.
Por otra parte, y conforme a la distinta naturaleza de ambos conceptos, “el miedo” es un mal pasajero y transitorio, que nace y desaparece con la aparición y cese de la causa o fenómeno que lo produce. Una excepción a este dato puede ser el llamado “miedo escénico” que se evoca o recuerda cuando se dan las mismas circunstancias de lugar y ambiente que lo provocaron. Caso límite es el del “miedo insuperable” que anula la voluntad y da lugar, en derecho penal, a eximir de toda pena y responsabilidad.
El temor, en cambio, permanece en el tiempo por consistir en la incertidumbre de un daño o peligro, futuro y desconocido y, por lo tanto, no experimentado. Para los creyentes, no ofender a Dios o el “temor de Dios” es el que les ayuda a observar sus mandamientos y guardar buena conducta.
En el ámbito político, se suele utilizar el miedo como arma o argumento de proselitismo y captación de votos. En efecto, la “política del miedo” amenaza con verdaderas apocalipsis si no ganan sus candidatos y programa. El discurso del miedo no se funda en la fuerza de las ideas, sino en el augurio de mayores males si gana el adversario. Utilizar el miedo como arma electoral y amenazar con el “yo o el caos” es hacer hincapié en los supuestos peligros del adversario y renunciar a defender sus propias ideas. La política del miedo hace suyo el proverbio “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, para oponerse a cualquier posible alternativa.
Toda política catastrofista que amenaza con condenar a las penas del Averno a los potenciales electores de otras opciones, es antidemocrática pues niega el debate y el pluralismo político. En definitiva, es más importante defender las propias ideas que condenar las contrarias.