Vía telefónica Javier Krahe nos contesta desde el sofá de su casa, ese lugar inspirador y de reflexión que lo calma. “Hace dos años me partí el fémur y el médico me dijo que tendría que estar un mes en la cama y en el sofá, yo le dije: ¡pero si ésa es mi vida normal!”, cuenta. El viernes a las 22.30 cambia el sofá por la sala Súper 8 interpretando los temas de su último y reciente disco, “Las diez de últimas”. Las entradas ya están a la venta a un precio de 12 euros, y 15 el día del concierto.
En los últimos años no es raro verlo por Ferrol. Ha actuado en el Teatro Jofre, en el Torrente Ballester y ahora en la sala Súper 8. ¿Qué impresión le da la ciudad?
¡Ah, las veces que he estado en Ferrol me lo he pasado francamente bien! Es más, la última vez era festivo y se me había acabado el tabaco. Alguien avisó a un estanco que estaba cerrado y abrió un minuto para venderme un par de cajetillas.
Aquí presentará su nuevo disco, “Las diez de últimas”. Con este título ¿Es una despedida?
No, y alguien lo ha dicho. Por mi parte no será el último, salvo causa de fuerza mayor. El título viene a cuento por la expresión del tute, que me gusta. Yo, al revés que mucha gente, jugaba al tute de niño y lo fui dejando cuando era mayor, a pesar de que no lo hacía mal, porque resultaba incómodo quedar con los amigos de forma sistemática o que te llamasen tal día para jugar una partida. Ese tipo de obligaciones... Pero esa clase de expresiones del mundo de las cartas me gusta.
¿Volverá a actuar con su banda?
Claro, tocaremos algunos temas del último disco, por ahora, y otras de toda la vida. Conmigo estarán Javier López a la guitarra, Fernando Anguita al contrabajo y Andreas Perittwitz a los vientos. Después de tantos años ya somos un grupo de amigos.
Que a usted no le parecen faltar, por otra parte. Le han hecho homenajes musicales y hasta una página web, la Krahepedia. ¿Qué significa para usted la amistad?
Algo imprescindible. Con los músicos llevo 30 años y ya entran en otra categoría, pero conservo amigos de la infancia en Madrid y en Cádiz, donde veraneo desde hace años. Todo esto es muy de agradecer, es una de las maravillas de la vida que le hacen a uno la existencia más agradable. Te hacen no perder la perspectiva de las cosas y, además, el mundo de los afectos es lo más importante.
¿Sus nietas lo ven como a un abuelo gamberro?
Todavía son pequeñas, pero me ven como el señor mayor que está en su casa, o en la mía. Supongo que me verán como mis hijos, más como el padre o el abuelo que como el artista.
Con su disco regala el libro “El derecho a la pereza”, de Paul Lafargue. Cuente por qué.
Los griegos lo dijeron todo pero nos quedan un poco lejos. Paul Lafargue escribió este tratado en 1880 y es de una vigencia y modernidad tremendas. El libro ofrece la oportunidad de un debate sobre nuestra manera de vivir, sobre el trabajo y el modo en el que embrutece a muchas personas, que hacen cosas que no les gustan y además ni siquiera les sirve para enriquecerse ellos mismos.
Como persona antiprohibicionista, ¿qué le parece el papel del actual Gobierno?
Ni está ni sabe estar. El momento actual lo veo con desagrado, pero así es la política. Estos están ahora y la cosa cambiará en cuatro u ocho años, pero le están dejando mucho trabajo de derogar leyes a los próximos que vengan. Esto pasará, espero que sin sangre, en unos años. Pero más que por mí, me preocupa por mis hijos y mis nietas. n