Javier Gómez Noya, el sol del sistema triatlón

Javier Gómez Noya, el sol del sistema triatlón

C.P./M.T. 
ferrol

Se agotan los adjetivos para definir la carrera del triatleta ferrolano Francisco Javier Gómez Noya. Después de haber conseguido en la madrugada del sábado al domingo en Chicago, su quinto título mundial –algo nunca logrado con anterioridad–, hubo quien optó por “asombroso”, “extraordinario” e incluso “extraterrestre”. Pero lo cierto es que hay una metáfora estelar que puede reflejar lo que este deportista de 32 años supone para el triatlón. Así, el departamental sería el sol en una galaxia deportiva en la que hay planetas grandes –como los hermanos Brownlee–, otros más pequeños pero en expansión –como Mario Mola–, otros prácticamente extinguidos que alcanzan a brillar de vez en cuando –Jan Frodeno– y estrellas fugaces, que aparecen con fuerza y desaparecen con la misma intensidad cada campaña. Pero es el sol, es decir, Gómez Noya, el que, con su fortaleza física, consistencia y la mezcla única de trabajo y talento, el que marca cada año las estaciones.
La Gran Final de Chicago tenía muchos alicientes para ofrecer un final dramático, pero solo si el protagonista principal no hubiese sido el triatleta ferrolano. Con tres aspirantes con opciones persiguiendo al líder, el retorno del dominador del primer tercio de la campaña y múltiples quinielas de resultados sobre la mesa, el departamental sabía que este iba a ser su título más caro. 
A pesar de que no fue su mejor natación –de hecho salió retrasado con respecto a peores nadadores–, se esforzó desde la salida del agua por recuperar posiciones, y lo logró en la que solía ser su peor disciplina, el ciclismo, hasta contribuir, unificando a ambos grupos con su trabajo, a una segunda transición multitudinaria que, sin embargo, no le impidió encontrar su camino rápidamente hacia la carrera a pie. Las pronunciadas curvas del circuito estadounidense no intimidaron al pelotón sobre la bicicleta, ni tampoco provocaron las tan temidas caídas, dejando todo por decidir para unos 10.000 metros de atletismo que iban a cambiar la historia del triatlón.
Ahí, siempre con la vista puesta en un excelente Mario Mola –era básicamente el mayor peligro para su triunfo final–, Gómez Noya no se conformó cuando era ya consciente de que el quinto título era suyo –el ritmo impuesto por los españoles dejó fuera a todos los teóricos favoritos, incluyendo al pequeño de los Brownlee, desdibujado–, ni tampoco se dejó llevar por la pereza. 
De hecho, con la confianza y la amistad que une a ambos –el mallorquín hizo una reverencia a Noya tras cruzar la meta en primera posición–, el local intentó hasta en tres oportunidades dejar atrás a su “cómplice” para cerrar su pentacampeonato con un nuevo oro en las Series, pero el isleño, que luego reconoció que había realizado una de las mejores carreras de su vida, no solo no se quedó atrás, sino que aprovechó la mejor oportunidad que tuvo para distanciar al ferrolano y conseguir su segunda victoria este año en las Series. 
Nada más cruzar la meta y tras una modesta celebración, el joven balear se giraba para señalar a Gómez Noya y recordar al público de Chicago que el ferrolano era el número uno de la temporada, un indicativo de que este deportista supone no solo la mejor baza del futuro del triatlón español, sino que hace gala de una de las cualidades del que es su referente y el único pentacampeón mundial sobre distancia olímpica, la humildad.

Javier Gómez Noya, el sol del sistema triatlón

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