No sólo las cajas hacían cosas raras

La crisis no se aprovechó para racionalizar –de verdad– la estructura político-administrativa del Estado, en la medida en que no se acometió a fondo sino solo con pequeños retoques para eliminar unos cuantos chiringuitos. Se hizo que se hacía por parte de Soraya Sáenz de Santamaría, pero no se hizo prácticamente nada, de modo que el andamiaje básico del Estado, un estado complejo, sigue en pie, con los mismos grandes problemas de siempre. Donde realmente se realizó un cambio radical fue en el sector financiero, para mayor gloria de la banca, que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se llevó por delante a las cajas y a sus fundaciones culturales; también a sus obras sociales.

La doctrina oficial señalaba en este caso que las cajas de ahorros habían estado mal gestionadas, fruto de una politización mal entendida, de modo que había que agruparlas, reconvertirlas en bancos y privatizarlas; eso sí, tras recapitalizarlas con fondos públicos. 

Dicho y hecho. Hoy apenas quedan cajas de ahorros en España, lo que quiere decir que el 50% del mercado financiero que tenían estas entidades está ahora en manos de bancos privados, con contadas excepciones y a la espera de que culmine la golosa privatización de Bankia.

Pero la doctrina oficial se olvidó de un pequeño detalle. No sólo las viejas cajas de ahorros hacían cosas raras. También los bancos hacían cosas feas, muy feas. 

Tan feas que en algunos casos tuvieron que desaparecer –literalmente– y en otros no desaparecieron pero afloraron escándalos político-financieros cuyos ecos tardarán en apagarse. Popular, Pastor, Valencia, Gallego, son claros ejemplos del primer supuesto. El BBVA, del segundo.

El foco está puesto ahora sobre el ex comisario Villarejo y el banquero Francisco González (FG) –uno en la cárcel y otro en la calle– pero de lo que se sabe mucho menos es de la guerra –política– que hubo detrás del control del BBVA, con ramificaciones en el sector de los medios de comunicación y del empresariado vasco. 

El Partido Popular de José María Aznar, victorioso frente al PSOE de Miguel Sebastián, neutralizó a las familias de Neguri al encumbrar a FG, sin que Miguel Sebastián lograse que su particular amigo de zumosol –Luis del Rivero– lograse asaltar la cúpula del banco; léase echar a FG. 

Es posible que Villarejo sea el villano de esta peculiar serie pero dista mucho de ser el centro de la cuestión. 

El Partido Popular y el PSOE, que tanto simulan pelearse por el balón en el patio del colegio, bien podrían elevarse un poco hasta los rascacielos de las finanzas para explicar algo cada vez más evidente: no sólo las cajas hacían cosas raras.

No sólo las cajas hacían cosas raras

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