La singularidad del momento (y II)

ea como fuere, tampoco podemos continuar en actitud indiferente y pasiva, aumentando las brechas y eclipsando evidencias desastrosas que exigen una solución socialmente solidaria, comenzando por las propias instituciones. No hay nadie menos afortunado que la persona a quien la sociedad descarta o la adversidad aniquila, pues no tiene la posibilidad de rehacerse. Justo por esto, el momento nos llama a la unión y a la unidad, aminorando tensiones y estrechando lazos; puesto que a poco que ahondemos en nuestras historias pasadas, veremos que los combates constantemente generan una recesión, hasta el extremo que el único medio de vencerlos es evitándolos. La perspectiva de empeoramiento está ahí, en la mirada de esas gentes desamparadas y desfavorecidas a más no poder, aunque las condiciones se están deteriorando para todos. En efecto, cada día son más los países con problemas en su balanza de pagos, lo que nos requiere de una flota de soluciones para abordar, desde la desigualdad hasta la consignación de los esfuerzos necesarios, para hacer valer el valor de la ética en las finanzas públicas. Únicamente así, se podrá alcanzar parte de ese espíritu de recuperación económica y prevenir algunas crisis, lo que nos exige revelar los pasivos ocultos y sus negocios. Nuestro mayor trance, indudablemente, será aquel que nos dificulta para levantar cabeza y continuar camino. Al fin y al cabo, no hay mejor lección aprendida, que saber cancelar una época e inaugurar otra.

En cualquier caso, jamás entremos en un problema de entusiasmo, por muchas que sean las contrariedades. Es cierto que nos están dejando sin pujanza esos mundos enfrentados, hundidos en sus miserias egoístas. A esto, hay que sumarle la falta de voluntad política al deseo de entenderse, ante la multitud de consecuencias devastadoras que la situación del momento nos carga. Naturalmente, el período no puede ser más delicado para las naciones, lo mismo que para los individuos, lo que nos insta a trabajar por el bien colectivo, con la prueba más segura de sinceridad y de rectitud moral, a través de los principios y valores que el propio linaje genera.

Verdad, justicia, solidaridad y paz, son los vocablos esenciales para el progreso y desarrollo integral de la humanidad, al que estamos todos convocados. Además, la familia, como centro de creación de vínculos, está llamada a forjar la ciudadanía relacionada; y, por ende, el apoyo entre análogos, para poder salir de este mundo perverso, que aprovecha cualquier desconcierto para sembrar desconfianza, desesperación y discordia. Lo importante, pues, es mantener la lámpara encendida en el corazón. Hemos de iluminar la oscuridad, y qué mejor que ser, activistas de la cultura del abrazo, constructores de paz, artífices de sonrisas e inventores de sueños armónicos


La singularidad del momento (y II)

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