Con qué cara aparecerá Pedro Sánchez el martes en La Haya, en la ‘cumbre’ más conflictiva que la OTAN habrá celebrado en su historia, si el día anterior, es decir, este lunes, las declaraciones de Abalos y Koldo ante el Supremo le ponen, como algunos dicen que podría ocurrir, en un serio aprieto? No faltan analistas que piensen que uno de los ‘escapes’ del presidente español ante su angustiosa situación interna es sacar pecho de estadista y enfrentarse nada menos que a Trump aprovechando está reunión de la Alianza Atlántica, que coincide con los bombardeos estadounidenses sobre Irán, una auténtica guerra que nadie sabe muy bien cómo parará.
Dicen que las meditaciones de Pedro Sánchez en estos días sin agenda abarcan, claro, el plano interno: ¿qué hacer ahora, cómo buscar al sustituto de Santos Cerdán al frente del partido? ¿Hay que cesar a algunos ministros? O ¿hasta qué punto seguir apoyando ciegamente al cada día más acorralado fiscal general del Estado? Y un crecientemente largo etcétera. Pero Sánchez quiere situarse, por ambición propia y quizá para huir de la quema ibérica, como un estadista mundial que, cabalgando casi en solitario sobre la Internacional Socialista, marque sendero propio frente a líderes ciertamente tan aborrecidos como Putin, Netanyahu y... Trump.
Me pregunto si veremos un ‘duelo al sol’ entre el inquilino de la Casa Blanca y el de La Moncloa. Eso sería dar demasiada importancia a Sánchez, claro, pero la abierta negativa del presidente español a aumentar su contribución del PIB en gastos de defensa hasta un cinco por ciento puede encontrar apoyo en otros líderes europeos. En Portugal, por ejemplo, e incluso puede que en Italia y Francia, aventuran diplomáticos españoles afectos al ‘sanchismo’. No todos los socios de la OTAN están ahora en posición de dedicar una partida tan importante de su PIB al capítulo militar. Y eso, aunque el secretario atlantista, Rutte, haya sugerido que en cinco años Europa puede estar en guerra con Rusia. ¿Por qué no, si a Putin le quedan aún cinco años de mandato oficial? Así que la cosa se presenta calentita.
Lo de refugiarse en el exterior para huir de la quema interna es una vieja estrategia que ya Gorbachov delineó ante Felipe González en presencia indiscreta de algunos periodistas españoles: “en mi país me odian, fuera me adoran”, dijo el líder reformista ruso. Lo que ocurre es que los focos de incendio patrio para Sánchez son demasiados, y abarcan desde la corrupción al desmoronamiento de la moral en el partido, desde el alejamiento de sus socios a la necesidad de que, a trancas y barrancas, el Constitucional apruebe la amnistía para garantizarle que podrá regresar en otoño al forajido que, de momento, sustenta al Gobierno central.
Desde luego, dirán oficiosamente en La Moncloa, todo esto, los Koldos, las Jessicas, los Puigdemont, la UCO y hasta el previsible enfrentamiento entre el Constitucional y el Supremo a cuenta de la amnistía es cuestión menor, mínima, en comparación con los problemas de un mundo en el que Estados Unidos está atacando las instalaciones nucleares de Irán, en el que Netanyahu sigue matando en Gaza o Putin haciendo lo mismo en Ucrania, mientras todos ellos hablan, eso sí, de paz. Esos son los grandes temas que Sánchez quiere cabalgar y de los que se hablará en La Haya durante dos días en los que el presidente español olvidará sus quebrantos domésticos. A Sánchez, un aventurero que ama los riesgos al fin y al cabo, ¿qué más le da la posibilidad de que, en plena sesión atlantista, Trump le eche una bronca -bueno, se la vuelva a echar a España-- por ‘no pagar’ la cuota de la OTAN?
Puede que la cosa adquiera tintes épicos, o puede que todo, en aras de la diplomacia multilateral, quede en tormenta en vaso de agua. En todo caso, para La Haya que se nos va Sánchez con el ardor guerrero -contra las pretensiones de la OTAN-inflamado. Lo malo, ya digo, es que el dinosaurio de Monterroso siempre sigue ahí, dispuesto a tal vez devorarnos, cuando despertemos de los sueños imperiales.